MÁRTIRES CONCEPCIONISTAS

Cuando arrancó el curso pastoral 2004-2005, en el mes de septiembre, (¡hace más de 14 años!), comenzó esta sección que vinimos en llamar sencillamente: NUESTROS MÁRTIRES. Y fueron precisamente los mártires de Escalona los primeros que acudían -tras las entregas introductorias- a este rincón de “Padrenuestro”.

Se trataba del siervo de Dios Mariano Gómez Cediel, párroco de dicha Villa y su coadjutor, siervo de Dios Teógenes Díaz-Corralejo Fernández, que además era capellán del Monasterio de la Encarnación de las Madres Concepcionistas de Escalona. Los dos sacerdotes sufrieron el martirio en el cementerio del pueblo cercano de Maqueda. Forman parte de los 464 mártires del proceso que lleva la Provincia Eclesiástica.

Pero además, y aunque asesinadas en Madrid, recogíamos el martirio de Sor María de San José Ytóiz y Sor Asunción Pascual Nieto, Abadesa y Vicaria de dicha comunidad de Escalona. Las dos religiosas se incluían en el grupo de más de 300 mártires (sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos) de la persecución religiosa con que cuenta la Archidiócesis de Toledo.

Después, y tras las variaciones sufridas en la Causa desde el año 2002, la Archidiócesis de Madrid recogió en un solo proceso a las 14 Mártires Concepcionistas (10 del Monasterio de San José de Madrid, dos del Monasterio de El Pardo (Madrid) y las monjas de Escalona, puesto que sufrieron el martirio en Madrid). La nueva causa diocesana, llevada por el celosísimo padre capuchino Fray Rainerio García de la Nava, se clausuró solemnemente el 3 de febrero de 2010.

Finalmente, el pasado 15 de enero, el Papa Francisco recibió en audiencia al cardenal Giovanni Angelo Becciu, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos y autorizó la promulgación del decreto de martirio de 14 religiosas españolas, María del Carmen Lacaba y 13 compañeras concepcionistas franciscanas, asesinadas por odio a la fe en 1936 durante la persecución religiosa española, abriéndose así la puerta a su beatificación.

De las catorce cinco de ellas están especialmente ligadas a Toledo: las dos religiosas del Monasterio de las Concepcionistas de Escalona. Por su parte, del grupo de Madrid capital, una de las diez era toledana, de El Toboso: Sor María del Santísimo Sacramento (Manuela) Prensa Cano. Finalmente, desde finales de 2015, reposan los restos de las dos mártires del Monasterio de El Pardo en la Casa Madre de la Orden que se encuentra en la Ciudad Imperial, cerca de El Alcázar.

La Comunidad de Concepcionistas Franciscanas de Escalona escribía en el verano de 2015 la última página de una historia de más de cinco siglos de oración en esta localidad toledana. La Orden de la Inmaculada Concepción echó raíces en el municipio en una pequeña casa-beaterio en 1510, en la calle de San Miguel, hasta que el 25 de julio de 1525, festividad de Santiago Apóstol, la Comunidad formada por 17 religiosas toma posesión del Monasterio de La Encarnación.

Monasterio de Escalona

 

Esta edificación del siglo XVI en la que confluye el gótico tardío con el renacimiento ha sido desde entonces uno de los monasterios más emblemáticos de la Orden fundada por Santa Beatriz de Silva en el siglo XV y cuya Casa Madre se encuentra en Toledo, junto al Museo de Santa Cruz.

Escribe el padre capuchino Rainerio García de la Nava en su obra “Odisea Martirial de catorce concepcionistas” (2011): después de más de cuatrocientos años de historia “con tensión y sobresaltos crecientes llegaron las monjas al 18 de julio de 1936. Desde que se supo la noticia de la sublevación militar contra el gobierno, el monasterio fue blanco de insultos, registros, amenazas de incendios… finalmente, el 28 de julio, fueron intimadas a que abandonaran el convento, al que no volverían, y no todas, hasta después de finalizada la contienda bélica”.

Recogidas en diversos domicilios de Escalona, durante el primer día fueron visitadas y confortadas espiritualmente por su capellán, el siervo de Dios Teógenes Díaz Corralejo Fernández.

El 16 de septiembre trasladaron a todas las monjas a la Comandancia de Escalona donde fueron interrogadas y presionadas para renegar de la fe y abandonar la vida religiosa. Ante la resistencia de las monjas, fueron conducidas a la Dirección General de Seguridad en Madrid. Dos días después son llevadas a la cárcel habilitada en un convento de Capuchinas. Al finalizar la contienda toda la Comunidad regresará a Escalona, a excepción de Sor María de San José Ytóiz (que era la Abadesa) y Sor Asunción Pascual Nieto (que era la Vicaria). Un testigo declara que separadas del resto del grupo fueron conducidas a una checa. Dicho testigo, sabedor de lo sucedido, y como él pasaba temporadas en Madrid, las buscó, las reconoció a pesar de que iban vestidas con ropa seglar, y conversó con ellas, alegrándose mutuamente. Uno de los días que acudió a su encuentro, contempló los cuerpos inertes de las monjas que habían sido fusiladas. Eran los últimos días del mes de octubre de 1936.

La Abadesa mártir de Escalona

Ocho y media de la noche del tres de marzo de mil ochocientos setenta y uno. La religiosa que atendía aquel día el torno de la Casa de Acogida de Pamplona escribe minuciosamente: “por el torno de esta Inclusa, se recibió una niña recién nacida, sin papel alguno, ni señal particular, por la que se la pudiera identificar… Venía envuelta en una camisa de percal, un pañal de estopilla de muletón, una mantilla de muletón blanco, una faja de tela blanca, un jubón de percal blanco, una cofia de lo mismo y una gorra de percal de color chocolate con puntos blancos, todas las prendas eran de buen uso”.

Así pues, el 4 de marzo de 1871 será bautizada la futura beata Sor María de San José, en la Capilla de la Casa Cuna, y a la que el capellán de la misma impuso el nombre de Josefa Ytóiz.

Dos días después del bautismo, y de acuerdo con la lista de espera de adopciones fue entregada a un matrimonio de Olagüe, los cuales no debieron cumplir muy bien su misión, porque a los siete la niña regresa a la Casa Cuna de Pamplona. Parece ser que Josefa no estaba satisfactoriamente atendida y se pidió al matrimonio de crianza que la devolviera. Ese mismo día fue entregada al matrimonio Matías Uganda de Iraizóz, con los cuales estaría hasta su partida a Escalona, esto es, durante trece años.

Recibió la confirmación el 27 de agosto de 1878.

En agosto de 1892, cuando Josefa contaba 23 años, en plena juventud, solicitó la entrada en el monasterio concepcionista de la Encarnación de Escalona, probablemente influyera la circunstancia de que en ese momento había ya algunas religiosas venidas de la Casa Cuna de Pamplona.

Josefa entró como religiosa de coro y sus padres adoptivos aportaron la correspondiente dote. El 29 de enero de 1894 emite la profesión temporal. Tres años después hizo su profesión solemne.

Escribe su biógrafo que “poseemos muy pocos datos sobre los años de Sor María de San José profesa y superiora de la comunidad durante muchos años”.

Sus contemporáneos dicen de ella que era una religiosa “alta, buena moza, corpulenta y pelirroja… sumamente sencilla, abierta, fácilmente accesible y cercana, confiada y cariñosa y cien por cien servicial”.

Los testigos también declaran que “sus diálogos resultaban sumamente amenos salpicados de numerosas ocurrencias. Sencillamente era una persona cuya convivencia resultaba una verdadera delicia”.

El padre capuchino Rainerio García de la Nava para su libro “Odisea Martirial de catorce concepcionistas” (2011) ha leído las cartas que la Abadesa dirige al superintendente de religiosas del Arzobispado de Toledo. En una de ellas expone la angustiosa situación pecuniaria por la que están pasando: “Una cosa le digo padre, y es que, cuando den alguna limosna, nos recuerde V.S. porque aquí en este rincón de Escalona estamos solas -aunque no de Dios- y no van a ser las limosnas solo para las de la ciudad, también somos de la diócesis, ¿no es verdad? ¡Cómo le hablo, padre! Nada, me parece estoy hablando con mi verdadero padre, con toda sencillez y confianza”.

En cuanto a su vida de fe, Sor Mª de San José se relaciona con Dios como se relacionaba con las personas, con una fe sin fisuras, absoluta, pero da a su trato con Dios la misma naturalidad, sinceridad y salidas espontáneas que con la gente.

En una de sus cartas hace alusión a la situación caótica de España. Lejos de deshacerse en lamentaciones, resalta la oración que deben hacer las almas buenas para que el Señor se apiade de los españoles, y termina con estas palabras propias de un alma de Dios:

“Aquí estamos, pide que te pide, a Dios Nuestro Señor que haga descender su misericordia al remedio del mal grande que pesa sobre esta nación. Nuestra Purísima Madre es la que lo tiene que arreglar porque es nuestra Madre y Madre de España”.

Finalmente, podemos decir una palabra sobre su relación con las religiosas como abadesa y como principal responsable de las cosas de la casa. Sor Mª de San José fue elegida trienio tras trienio, hasta sumar un total de veinticinco años. Calificaban las relaciones de “maternales”.

Conservamos por ultimo una anécdota muy reveladora de su preocupación por las religiosas. En la última encerrona que sufrieron antes de ser deportadas a Madrid, en la noche anterior al viaje, hicieron pasar a todos las religiosas por un tribunal improvisado en otro edificio distinto de la cárcel. Eran citadas por separado, en un último y diabólico intento de conseguir, con promesas falsas y amenazas, la renuncia de las monjas a su vida de consagradas. Las supervivientes recordaban con emoción, la imagen de la Abadesa de sufrimiento y nerviosismo atroces cuando las llamaban y, cada una de ellas se separaba del grupo y, sin embargo, como le brillaban los ojos de gozo cuando regresaban.

Nuestra segunda protagonista es Sor María de la Asunción Pascual Nieto. Natural de Villarobe (Burgos) [pueblo que desapareció en 1974 por la construcción del pantano del Arlanzón], nació el 14 de agosto de 1887. Fue hija natural de Regina Pascual Nieto [madre soltera]. Asunción disfrutó de muy pocos días con su madre. Lo sabemos a través del documento del Director de la Casa Cuna de Burgos dirigido a la abadesa de Escalona redactado en estos términos: “Asunción Pascual fue depositada a los pocos días de su nacimiento en el torno de este establecimiento, los responsables -del mismo- la pusieron en crianza y para ello fue entregada a los vecinos de Torrecilla del Monte, Juan Portugal y su esposa Francisca Lara” (Rainerio García de la Nava, “Odisea Martirial de catorce concepcionistas” (2011, página 292).

En 1892, con cuatro años y medio, recibe el sacramento de la confirmación. A los diez años fue devuelta a la Casa Cuna, parece casi cierto que ya no abandonó dicho Centro hasta su ingreso en el monasterio de Escalona.

Conservamos el informe que el Capellán de la Casa Cuna redacta cuando Asunción pide entrar de religiosa: “María Asunción ha observado y observa un comportamiento ejemplar, destaca por su piedad y devoción entusiasta a la Virgen, con sus superiores es obediente y respetuosa, muy aceptada por sus compañeras y muy querida de todos los empleados del centro. Goza de buena salud” (Ibídem, página 293).

Ingresó en Escalona el 6 de junio de 1909. García de la Nava afirma: “es probable que se decidiera por las Concepcionistas de Escalona movida por el ejemplo de otras jóvenes, ya religiosas en Escalona y que habían estado en su mismo centro o centros similares como Sor Mª de San José. Esta circunstancia le facilitaría su adaptación al ambiente y al régimen de vida del monasterio”.

El 31 de octubre de 1909 Sor Asunción tomó el hábito de concepcionista. Presidió la ceremonia el capellán, el siervo de Dios Teógenes Díaz-Corralejo Fernández, que como recordábamos en las primeras entregas murió en los días de la persecución, el 30 de julio de 1936. Sus restos reposan en el presbiterio de la iglesia del Monasterio de Escalona.

Finalizados los meses de postulante Sor María de la Asunción Pascual Nieto no tuvo dificultades para ser admitida a la profesión. En los informes que la Abadesa remite al Vicario Episcopal de la Archidiócesis se insiste en “que era alma de oración, dócil, responsable y buena compañera, por este motivo es muy querida por todas las monjas”. Hizo su profesión temporal el 6 de mayo de 1910. Quedo incorporada por tres años a la comunidad como religiosa de coro y cantora. Cuando llega el momento de la profesión solemne leemos en los informes que destaca por su “hábito de oración, sencillez, por ser cariñosa y servicial con sus compañeras y sumamente respetuosa con la Abadesa”. Ocupó los cargos de enfermera, tornera y portera. Finalmente, cuando estalle la guerra civil era Vicaria de la comunidad.

Julio - octubre de 1936

Aunque al principio del relato esbozamos lo sucedido a partir del 18 de julio de 1936, narramos con más profusión datos lo sucedido.

Si bien a lo largo de los años de la República el Ayuntamiento fue mostrando su animadversión hacia las concepcionista [entre otras arbitrariedades se les prohibió sepultar a las religiosas en el cementerio del monasterio], desde que estalló la contienda bélica, la animosidad contra ellas fue creciendo.

Quizá el bulo más grueso que difundió el Ayuntamiento entre los vecinos contras las monjas, fue que habían envenenado el agua para servicio del pueblo, cuyas tuberías pasaban por la huerta del monasterio. Tras ello, el alcalde se sintió con derecho a entrar en la clausura registrándolo todo, insultando y ridiculizando a las religiosas.

Sabedoras de que tenían intención de quemar el monasterio, las religiosas se pasaban, en vela por parejas, todas las noches para controlar desde el campanario los movimientos en torno a la casa.

Fueron diez días de gran sufrimiento. El 28 de julio recibieron orden del Ayuntamiento de abandonar el monasterio. El día anterior el alcalde corrió la noticia por el pueblo. Así cuando salieron las monjas había congregada a la puerta mucha gente, unos por curiosidad; los jaleados por las izquierdas, para insultar y burlarse de aquellas pobres mujeres.

Antes de eso, la Abadesa las conminó a vestirse de seglares y se reunieron junto al Capellán en la iglesia, donde entre todos consumieron el Santísimo, para evitar cualquier profanación. Las religiosas se encontraban fuertemente impresionadas, alguna incluso asustada y sin poder contener las lágrimas. Don Teógenes, como padre espiritual, levantó sus ánimos al decirles con gran energía: “Hermanas, ahora es cuando debemos dar testimonio y demostrar que somos soldados valientes de Cristo”.

 

La Comunidad del Monasterio de la Encarnación de Escalona (Toledo) estaba compuesta en julio de 1936 por 14 monjas concepcionistas. Aquella jornada del 28 de julio de 1936 haría recordar los relatos recibidos de los días de la desamortización de Mendizábal, cuando en 1836, las ocho monjas que ocupaban el monasterio se vieron obligadas a salir de él y fueron recogidas en el de Torrijos. Hasta el 18 de febrero de 1854 no regresaron… Qué sucedería ahora. De momento, las condujeron a la carcel del pueblo. Allí permanecieron 24 horas, mezcladas con otro grupo numeroso de presos. No fueron atendidas en nada y, por supuesto, ni se las dio de comer ni beber.

Al día siguiente las tuvieron tomando declaración, de una en una, con intervalos de media hora, con halagos, falsas promesas y con amenazas para que renegaran de su estado. Todas se distinguieron por rechazar valientemente las propuestas de sus carceleros.

Después de dos días de sufrimientos físicos y morales de todo tipo, sorpresivamente las liberaron. Más de diez familias del pueblo, enfrentándose a los problemas que podría acarrearles, recogieron a las religiosas en sus domicilios.

Desde el 30 de julio hasta el 16 de septiembre las religiosas gozaron de relativa libertad. Ese día fueron citadas nuevamente en la Comandancia, permanecieron como la primera noche en la carcel. Al día siguiente, fueron trasladadas a la Dirección General de Seguridad de Madrid. Por lo visto, al parar en Navalcarnero un grupo de milicianos de esta localidad quisieron lincharlas.

La primera noche la pasaron en los sótanos de la Dirección General de Seguridad. El 18 se las llevaron a una cárcel habilitada en el Convento de Capuchinas de la Plaza del Conde Toreno. Se juntaron allí 1.800 mujeres, de las cuales casi ochocientas eran religiosas. Hasta el uno de noviembre estuvieron todas juntas; por logística, luego las separaron… aunque volvieron a juntarse todas las de Escalona en la Cárcel del Asilo de San Rafael de Chamartín. En los primeros días de febrero de 1937 todas las recluidas en este centro fueron puestas en libertad. Cada una se refugió cómo y dónde pudo.

Respecto a las dos mártires parece ser que al ser separadas del grupo, consiguieron refugiarse en una buhardilla de Lavapiés y, después por separado se colocaron como personal de servicio. La Abadesa, Sor María de San José, fue sacada por unos milicianos de la calle Montera, 26. Y no se tuvo más noticia de ella. De Sor Asunción, Lucio Rosado vecino de Escalona, declara que se la encontró en Cuatro Caminos acompañada de una miliciana, que conversó con ella brevemente y que, días después, la encontró muerta en la calle, y la reconoció perfectamente”.