ENRIQUE LÓPEZ GONZÁLEZ
Miembro de Acción Católica
Son dos las publicaciones que existen sobre el tema de los seglares mártires durante la persecución religiosa de los años treinta: la primera que vio la luz en 1998 fue el trabajo del insigne periodista don Luis Moreno Nieto que apareció con el título: “Los mártires seglares de 1936 en Toledo”. Esta obra se ciñe únicamente a lo acontecido en la ciudad Imperial. Luego, la Postulación editó en 2013 un trabajo que recorría la geografía diocesana presentando el testimonio martirial de los seglares que están en el proceso diocesano que se abrió en el año 2002. El libro llevaba por título: “Llamados a la santidad”.
En esta sección ya hemos publicado las reseñas de los siervos de Dios: Eugenio Díaz Sánchez, Simón Lancha Galán, José María Uzal Sánchez, Antonio Leblic Gómez, Mariano Abel de la Cruz, Osmundo Sanchís y Sanchís y José Aguilera Gil. Hoy recogemos el testimonio de dos jóvenes de la Acción Católica de Toledo.
Enrique López González tenía diecinueve años y ya era abogado; pertenecía a la directiva de la Juventud de Acción Católica y, además era propagandista del Consejo Diocesano de la Asociación de los Jóvenes de Acción Católica. Por su parte, Francisco López González, tenía veintitrés años y era perito agrícola; también pertenecía a la Juventud de la Acción Católica. Estaba afiliado a la Comunión Tradicionalista.
El 22 de julio de 1936, una partida de milicianos se presentó en el número 14 de la calle de la Sillería, donde estaba instalada la emisora local “Radio Toledo”. Mandaron bajar al patio a todos los hombres que hubiera en la casa, entre ellos, los dos hermanos.
-¿Quiénes son los dueños de la casa?, preguntaron
-Nosotros, contestó Enrique decididamente, ¿qué ocurre?
La respuesta fue una descarga cerrada sobre ambos. No hay más diálogo, sabían a quienes buscaban.
En seguida, bajó su madre, doña Isidra González, con sus otros hijos menores y quiso abrazarse a sus cuerpos agonizantes que yacían en el patio; sin embargo, los milicianos se lo impidieron y mientras a ella y a los pequeños los encañonaban con los fusiles, arrastraron brutalmente los cadáveres hasta la calle.