PABLO QUINTANA SALOMÓN
Seminarista

Heredada de nuestros venerables sacerdotes, que hicieron y custodiaron toda la documentación sobre el tema de nuestra persecución religiosa, la Postulación conserva una lista de los alumnos del Seminario Mayor de Toledo del curso 1935-1936, con la anotación explicativa “de mayor a menor”. Allí se da cuenta de lo sucedido, escueta, pero claramente con cada uno de los seminaristas: fulanito, de tal pueblo, (presbítero, diácono, subdiácono o en el curso en el que se encuentre…) muerto en la guerra; asesinado; en el seminario; en su pueblo-se retira; en el frente; nada se sabe; enfermo tuberculoso en Valdemoro…

Los dos sacerdotes decanos de nuestra Archidiócesis aparecen entre los 98 seminarista de dicha lista: don Julio Muñoz Cuesta, que acaba de cumplir 100 años, ocupa el número 38 de la lista. De él se dice que es natural de La Mata y que está “en el ejército”. En el penúltimo lugar aparece don Tomás Domingo Hernando (que va camino de los 94) y que por entonces tenía 16 años. Natural de Navamorcuende, añade: “En el ejército - parece que continuará”: ¡pues claro, está a punto de cumplir 70 años de sacerdote!

Al final de la lista aparece un resumen: Asesinados por los rojos, 10. Muertos en la guerra, 4. Se sabe que no continuarán, 17. Muertos por enfermedad, 3. Dudosos-con más posibilidad de que no continuaran, 18. Total 52, menos 98 que aparecen en la lista. Hay 46 entre seguros y probables y ya han salido presbíteros (que viven), 12. Total para poder continuar: 34 del Seminario Mayor.

Así que los datos nos hablan de diez “asesinados”. En la lista aparecen primero los sacerdotes, diáconos y subdiáconos. De nuestra Archidiócesis ya están beatificados, Miguel Beato Sánchez de Villa de D. Fadrique (Toledo) y el subdiácono, Francisco Maqueda López de Villacañas (Toledo). De los que están en proceso: por la diócesis de Sigüenza-Guadalajara, el también recién ordenado, Alejandro Martínez Somolinos de Guadalajara. Y por la Causa de Toledo: el Siervo de Dios Isabelo Esteban Manzanares de Navahermosa (Toledo) y Telesforo Hidalgo Villa de Villa de D. Fadrique (Toledo)

La Archidiócesis de Madrid, abrió la causa con motivo de la JMJ, en agosto de 2011, de un grupo de jóvenes entre los que se encontraba el seminarista Ramón Ruiz Pérez, de Peal de Becerro (Jaén). En el proceso de la Provincia eclesiástica de Toledo, abierto en 2002, aparecen estos otros cuatro minoristas (habían recibido las órdenes menores): Pablo Quintana Salomón de Villasequilla; Juan de Dios Blasco Merino de La Torre de Esteban Hambrán; Santiago Carriazo Villalba, de Miguel Esteban y José Vico Martínez de Castillejar (Granada), que pertenecía al arciprestazgo de Huéscar que dependía de nuestra Archidiócesis.

Villasequilla se encuentra en la mesa toledana y el valle medio del Tajo, a menos de treinta kilómetros de la ciudad de Toledo. En 1930 tenía 2.170 habitantes. Pertenecía al arciprestazgo de Ocaña y contaba con Sindicato Católico Obrero.
El 25 de enero de 1912, fiesta de la Conversión del Apóstol San Pablo nació nuestro protagonista. Su padre Bernabé era zamorano, de Villanueva de Valrojo, y su madre, Consolación era de Villasequilla. Fue bautizado el 6 de febrero (Libro XIV, folio 133). Al despertar en él la vocación sacerdotal marchó a Toledo. Cuando estalla la guerra, se encontraba cursando segundo de teología en el Seminario de San Ildefonso. En el verano de 1936, como el resto de los años, se encontraba en el pueblo con su familia de vacaciones.
El párroco don Leopoldo Monroy Sánchez-Bermúdez, que venía de ejercer el ministerio como párroco de El Romeral (Toledo), había llegado en marzo de 1936 a Villasequilla y permaneció escondido hasta la entrada de las tropas nacionales.
La parroquia de Santa María Magdalena había sido incautada el mismo día 18 de julio; fue profanada y saqueada, prendiendo fuego al entarimado, altares, imágenes, puertas y ventanas. Tras ello, hizo las funciones de cárcel, garaje y almacén de toda clase de efectos.
Pablo fue detenido por las milicias rojas y conducido al templo parroquial, donde permaneció preso hasta el 20 de agosto. Trasladado ese día al edificio de la Casa-Cuartel de la Guardia Civil de Villasequilla fue víctima de insultos y vejaciones sin cuento, cayendo bajo el plomo de los fusiles, en unión de su padre y dos de sus hermanos (Antonio y Félix), que como él, habían soportado aquella cadena de amarguras con admirable entereza y resignación cristiana.

 

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