JUVENTINO NIETO BLANCO
Maestro
Valverde de Campos es un municipio perteneciente a la comarca de Tierra de Campos de la provincia de Valladolid. Se cuenta que, durante la invasión musulmana, en el año 1063, en este pequeño pueblo, descansó el cuerpo yacente de San Isidoro de Sevilla, al ser trasladados sus restos mortales desde Sevilla a León a instancias del rey Fernando I.
En nuestros días, hijo de esta tierra es el beato Ponciano Nieto Asensio, padre paúl (1875-1936). El padre Nieto, en 1934, vio salir a la luz la obra capaz por sí misma de inmortalizar su nombre: “La historia de las Hijas de la Caridad”. Pero coronó su vida, durante los días de la persecución religiosa, alcanzando la palma del martirio el 23 de septiembre de 1936. Fue beatificado en 2017, y al año siguiente, monseñor Luis Argüello, obispo auxiliar de Valladolid, celebró en Valverde una misa de acción de gracias.
Pero si lo traemos a colación en esta sección es porque era tío de nuestro protagonista. El siervo de Dios Juventino Nieto Blanco sufrirá el martirio en Talavera de la Reina, con 28 años, el 7 de agosto de 1936. Nacido también en Valverde de Campos (Valladolid), era maestro de primera enseñanza. Juventino tiene todavía, a día de hoy, una calle dedicada a su nombre.
Leandro Higueruela del Pino publica en Cuaderna (Revista de estudios humanísticos de Talavera y su antigua tierra) n. 9-10 (2001-2002) un extenso artículo titulado: «La juventud masculina de Acción Católica de Talavera (1931-1944)». Allí podemos leer:
«El levantamiento militar del 18 de julio de 1936 causó una profunda sorpresa, aunque se rumorease unos meses antes un posible golpe de Estado. La ciudad de Talavera se enteró del levantamiento el día 19; “era domingo -precisa un testigo-, las calles y establecimientos públicos fueron lugares de animados y apasionadísimos comentarios. A la caída de la tarde cambió el aspecto de la ciudad. La Guardia Civil, ya concentrada en esta ciudad, se hizo cargo de la misma y se aprestó a garantizar el orden público, que no fue alterado ni ese día ni al siguiente, lunes, en que, a pesar de la huelga proclamada por la Casa del Pueblo, todo el mundo hizo su vida normal, abrió el comercio y parecía que a Talavera no iban a alcanzar los chispazos”. La concentración de la Guardia Civil en Toledo hizo que se constituyese un Comité y se armasen los milicianos, comenzando las detenciones, registros y asesinatos desde la tarde del 21 de julio, y durante todo el mes de agosto, sucediéndose los hechos más duros para el catolicismo talaverano».
«El 19 de julio fue encarcelado el arcipreste de Talavera de la Reina, don Saturnino Ortega Montealegre y, el 5 o 6 de agosto fue fusilado en el término de Calera. Por lo que al Centro de Acción Católica se refiere, corrieron la misma suerte sus consiliarios: don Manuel de los Ríos y Martín-Rueda y don Bernardo Urraco. Los jóvenes militantes que tuvieron el mismo fin fueron: Manuel Martín Fernández-Mazuecos, Tomás Gómez Fernández, Manuel Bello Sánchez, Juventino Nieto Blanco, Tirso del Camino Sobrinos, Ildefonso Gómez Serrano, Felipe Machuca Cuchet y Antonio de Leyva Peralta.
A todos estos, y en las mismas fechas, se añadían los nombres de socios protectores que recibían el mismo destino: don José García-Verdugo Menoyo, don Víctor Benito Zalduondo, don Alejandro Manterola Arriozola, don Victoriano Álamo Puente y don Gonzalo Rodríguez Arias. El recuento que se hacía de los mártires de la guerra terminaba con los nombres de cuatro sacerdotes vinculados a este Centro juvenil: don Manuel Gil Martín, don Alejandro Montero Silván, don Félix Jiménez Mayoral y don José Mora Velázquez” (página 105)».
Parece ser que los milicianos se hicieron con la lista de los miembros de la Acción Católica y ejecutaron a sus principales miembros.
Una década antes, el 11 de mayo de 1925, “El Castellano” trae la noticia de como el día anterior, domingo 10 de mayo, se constituyó la Juventud Católica en Talavera: con una misa en la iglesia de San Prudencio, presidida por el canónigo Hernán Cortés y en la que participaron más de cien jóvenes se inició.
«El señor arcipreste [beato Saturnino Ortega] hace el resumen de los discursos, agradeciendo a las autoridades locales su asistencia al acto». Al final del acto «se verificó la inscripción de socios en la nueva agrupación, figurando hasta ahora aproximadamente ciento. Después tuvieron un cambio de impresiones, eligiéndose la junta organizadora de la juventud, que la constituyen los señores don José García Verdugo, don José Bárcenas, don Vicente Machín y don Gregorio de los Ríos».
Son varios los artículos que se conservan escritos por el joven maestro de primera enseñanza. “El Castellano” publica el 6 de mayo de 1932, cuando nuestro protagonista tenía poco más de veinte años, la siguiente reflexión. Lleva por título “Maestro y pueblo”.
«Creen los padres que con mandar a sus hijos al colegio han cumplido su obligación; si aprenden o no, eso ya no es cuenta suya, depende del maestro.
El maestro trabaja en la escuela todo cuanto puede; los frutos que saca son pobres, muy pobres, y cuando él ve que sus trabajos son inútiles o que no dan el fruto que debieran, se descorazona al cabo de poco tiempo y abandona un trabajo que no encuentra recompensado. A mí también me ha ocurrido; también me he descorazonado y muchos días hice el propósito de abandonar un trabajo cuyos resultados eran estériles. Sin embargo, había momentos en que yo veía que los niños tenían interés, que querían aprender, que no era suya la culpa de que mi trabajo resultara infructuoso, y reflexioné: si mía no es la culpa y de los niños tampoco, ¿de quién entonces?
Pensé en los padres, atareados siempre con sus faenas, sin atender y sin saber en muchos casos qué es la escuela, y probé a ver su en el resultado negativo de mis trabajos tenía parte esta indiferencia familiar. Efectivamente, llamé a los padres y los resultados fueron más satisfactorios cuando la acción escolar tenía una continuación y complementada con la vida del hogar. Cuando la familia y la escuela están compenetradas, la educación y la instrucción del niño están aseguradas, se hacen mucho más fácil; con el mismo trabajo y quizá con menos, los resultados son altamente más satisfactorios.
¿Por qué, pues, no molestar al maestro? A este le tienen que agradar esas visitas siquiera una vez al mes, y si no le agrandan no importa, son ellas un deber de los padres y han de hacerlas; han de enterarse de cómo su hijo cumple con la obligación de instruirse y educarse, que, aprendiendo de niño a cumplir con sus obligaciones, sabrá seguirlas cuando llegue a hombre. Por el contrario, si se le deja ahora no cumplirlas (disculpándose ante el maestro y ante los padres con el maestro), lo más probable es que luego tampoco las cumpla, o a lo sumo que las cumple que no tiene otro remedio.
No, no es, pues, suficiente “meter” al niño en un colegio, pasar un mes, dos, un año, sin volverse a preocupar de él; no basta tampoco que al cabo de un año un día se diga: ¿a ver lo que has aprendido? Y, si no se está conforme con los progresos realizados, decir: hay que cambiarle de escuela, en esa no ha aprendido nada. Tal manera de proceder, desprestigia al maestro, sin razón en la mayoría de los casos, y va en contra del desarrollo espiritual del niño.
El camino es el otro; periódicos cambios de impresiones entre padres y maestros para poder llevar a feliz término la obra que les está encomendada. El niño comparte su vida entre el hogar y la escuela, pues entre el hogar y la escuela han de formar su corazón y elevar su espíritu hacia la perfección».
En otro artículo anterior, publicado también en las páginas de “El Castellano”, el 7 de abril de 1932, leemos:
«[…] Educación es lo que más hace falta. Que al niño le eduque el maestro, y que los padres sepan ayudar y conservar esa educación. Esa debe ser la suprema aspiración de padres y maestros.
En cuanto niños que el maestro modeló desde pequeños, que los fue transformando de niños en semi-hombres, y que en esa transformación puso todo su ardor, al pasar los años se encuentra con aquella obra (en la que puso toda su alma y que le costó el hacerla algo de su vida), desmoronada, destruida, acabada, sí, pero con qué resultados más contrarios de lo que esperaba.
Cómo es posible -se pregunta el maestro- que este chico, tan modoso, tan educado, se haya hecho un golfo. El maestro que en su clase educó contesta: ha sido fuera de la escuela. ¿Dónde? ¿En la calle? ¿En casa? Casi infaliblemente ha sido en la calle, porque en casa, qué pocos les pueden aguantar. El niño inquieto por naturaleza, se mueve, hace ruido, molesta y se le dice: - ¡Anda a la calle a dar guerra!
Cuando el niño y luego el mozalbete, les comete una “picia” exclaman: ¡Ay, qué maestros! Y el maestro, ¿qué va a hacer? Callar y continuar su labor».
Finalmente, también en “El Castellano” del 8 de febrero de 1934, leemos en otro artículo de opinión:
«No desperdiciar ni un céntimo ni un momento, dijimos que era, en las condiciones actuales, lo que los católicos debemos hacer por la escuela española. […] El problema de la escuela católica, si queremos darle una verdadera y buena solución, ha de tener unas normas, una dirección única, y los diversos aspectos en que la cultura se manifiesta han de estar dirigidos, previamente relacionados entre sí; sistematizados, en suma, para que den por resultado un todo completo, verdadero y perdurable. […] Es, pues, necesario hacer un plan completo de enseñanza católica conforme con los últimos avances pedagógicos; un plan científicamente explanado donde las escuelas sean gratas al niño en el interior y en el exterior; donde los maestros sean de los que “estén copiosamente dotados de todas las cualidades que las funciones docentes requieren, tanto naturales como adquiridas”, según quería el papa León XIII; donde el niño y el medio ambiente en que se desarrolla, tenga un lugar preeminente; donde las instituciones circunden y potescolares sean una realidad; un plan, en fin, donde la psicología y la observación constante del alma infantil por parte de los maestros, sea una obligación. Una vez formado este plan, en combinación la dirección técnica con la económica, las clases funcionarán, se adaptarán en cuanto sea posible a él, y al mismo tiempo no se perderá ocasión que se presente hasta llegar al ideal a que se aspira».
Además de maestro y articulista, el 29 de marzo de 1935, le encontramos dando una conferencia para el Sindicato de Coalición Española de Trabajadores. En la noticia que se da se afirma: «don Juventino Nieto, culto maestro católico desarrolló el tema: “El derecho de los padres en la educación de sus hijos”.
Finalmente, Juventino estuvo involucrado en política, como pidió en los días de la Segunda República la Santa Sede, para que los seglares defendieran los postulados católicos en las instituciones. Uno de esos partidos confesionalmente católico fue el de Acción Popular. Su promotor fue Ángel Herrera Oria y el partido surgió como un frente político para defender a la religión católica, a la propiedad y a la familia. El 24 de noviembre de 1935, el siervo de Dios es elegido presidente de la Juventud de Acción Popular. Como recordábamos al principio de estas entregas Juventino Nieto Blanco sufrió el martirio en Talavera de la Reina el 7 de agosto de 1936.