DATIVO RODRÍGUEZ JIMÉNEZ
Párroco de Fuensalida
Del 14/15 de noviembre de 2009 al 27/28 de febrero de 2010 presentamos una serie de quince artículos sobre la persecución religiosa que padeció Consuegra durante los meses de julio y agosto de 1936, en los días de la persecución religiosa: desde los sacerdotes que trabajaban en la parroquia hasta el joven Pablo Moraleda. Como narra el Padre Marcos Rincón, OFM, en su magnífica obra “Testigos de nuestra fe. Mártires franciscanos de Castilla (1936-1939)” publicada en 1997, “a partir del 19 de agosto, quedaron en la iglesia-prisión de Santa María cinco franciscanos de la comunidad de Consuegra con otros sacerdotes y religiosos. Los franciscanos eran los Siervos de Dios Padre Ramón Pérez, Fray Pedro Lumbreras, Fray Demetrio Biezma, Fray Orencio Montero, naturales de Consuegra y Fray Gregorio Ayuso; los demás sacerdotes y religiosos eran consaburenses; todos ellos seguirían en prisión algo más de un mes”. Se trataba de los Siervos de Dios Dativo Rodríguez; Jenaro Gutiérrez; Pablo Rivero; Balbino Moraleda y Daniel Gutiérrez, todos ellos, efectivamente hijos del pueblo. El sexto sacerdote, Siervo de Dios Julián Díaz-Mayordomo, era uno de los coadjutores de la parroquia, pero, sin embargo, era natural de Ciudad Real. Los otros religiosos eran cuatro escolapios y Fray Ubaldo Albacete, hermano dominico.
“Las autoridades habían dicho que respetarían a los del pueblo, y por eso habían mandado volver a la iglesia a los cinco frailes consaburenses la noche del 15 al 16 de agosto cuando sacaron a veinte franciscanos para fusilarlos en Fuente el Fresno (Ciudad Real); pero los sacerdotes y religiosos estaban viendo qué valor tenían las palabras benévolas de los dirigentes en cuanto a la vida de los encarcelados; ¡habían dicho que respetarían a los franciscanos y que los mandarían a sus casas, y habían fusilado a veinte de ellos!; habían dicho que liberarían a los mayores de 60 años y que protegerían a los franciscanos no clérigos, y habían asesinado al párroco… que sobrepasaba dicha edad. Los prisioneros sabían que más pronto o más tarde también a ellos les llegaría el momento de morir por su fe”.
Iban pasando los días; llegó el 23 de septiembre. Ese día trajeron a enterrar a Consuegra a un comunista del pueblo, apodado “Maricabolo”, muerto en un ataque de los republicanos al Alcázar de Toledo. Durante el entierro, se oía decir a algunos de los asistentes que “por uno de los rojos muertos tenían que matar a muchísimos”. Después del entierro, la turba gritaba en la plaza: “¡Ahora vamos por los de la cárcel para asesinarlos! ¡Vamos a matar a todos los de la cárcel!”. Las autoridades los contuvieron diciéndoles que ya llegaría la noche y los sacarían.
En efecto, la noche del 23 al 24 de septiembre las autoridades de Consuegra llevaron a cabo una nueva “saca” con todos los sacerdotes y religiosos que quedaban en la cárcel: seis sacerdotes seculares, cuatro escolapios, un hermano dominico y cinco franciscanos.
Las autoridades ordenaron a Gregorio Peces y su ayudante, Teófilo Perulero, como de ordinario, conducir el camión hasta la iglesia de Santa María. Cuando el vehículo llegó, los dieciséis sacerdotes y religiosos fueron sacados de la iglesia, maniatados con soguillas de mies. Varios milicianos los lanzaban a la caja del camión y otros los arrastraban para colocarlos. Todo fue en silencio por parte de las víctimas y de los verdugos. Dirigía la operación el jefe de la policía local, Anacleto Gallego, apodado “El Calesero”, acompañado del cabo de los serenos, José Gallego, de Parmenio Gutiérrez y de los tres hermanos, Eleuterio, Felipe y David García Seguín. Intervinieron otros veinte, no todos de Consuegra.
Anacleto Gallego, desde un coche pequeño, indicó al conductor del camión que le siguiese. Iban en dirección a Los Yébenes (Toledo). Salieron entre la 1 y las 2 de la madrugada. Recorrieron 20 kilómetros aproximadamente y unos cinco antes de llegar a Los Yébenes mandaron detener el camión. Bajaron a las víctimas, los cachearon, les quitaron los objetos religiosos, los maltrataron y les insultaron: “-Canallas, vais a pagar lo que habéis hecho”.
Mientras los bajaban del camión, sigue narrando el padre franciscano Marcos Rincón, los ponían en fila y esperaban la orden de disparar, se produjo un gran vocerío por parte de los milicianos. Asistieron también a la ejecución unos “maletillas” que habían venido de Madrid para torear en las fiestas de Consuegra; estos insultaban a los que iban a ser fusilados y les hacían preguntas en son de burla; alguno dice que hasta los toreaban. El padre Ramón Pérez preguntó a los del piquete:
“-A nosotros, por qué nos matan, ¿por ser religiosos?”
“-Sí, por ser frailes”, le replicaron
“-Pues, entonces, ¡adelante!, moriremos contentos”.
Anacleto Gallego ordenó que los alumbrasen con los faros de los coches y del camión. Los dieciséis eclesiásticos fueron colocados en fila, en tierra de labor, a un metro de la linde o poco más. Dada la orden, el piquete de ejecución disparó sobre los dieciséis, que clamaron como un solo hombre: “¡Viva Cristo Rey!”. Un testigo ocular dice que un franciscano delgado y bajo (únicamente podía ser Fray Gregorio), ya en suelo, tras haber recibido los disparos, repitió todavía: “¡Viva Cristo Rey!”. Los verdugos les fueron dando el tiro de gracia. Al terminar, dijeron: “-Ya han caído”, se montaron en los vehículos e iniciaron la vuelta a Consuegra. A unos 14 kilómetros de ésta, vieron venir un coche, lo que les sobresaltó, detuvieron los vehículos y bastantes se escondieron. Era el alcalde de Consuegra con un farmacéutico y un médico; iban a ver si llegaban a tiempo a la ejecución. Se identificó el alcalde y preguntó:
“-¿Los habéis fusilado?”.
“-Sí, ya están apañados”, le contestaron.
Y él dijo: “-De todas formas, vamos a ver qué tal están”.
Era la noche del 23 al 24 de septiembre de 1936. El fusilamiento se había efectuado hacia las dos y media de la madrugada del jueves 24. El lugar, el Camino de la Plata del Caorzo, junto al puente del Algodor, a pocos metros de la carretera de Consuegra a Los Yebenes (Toledo), a 5km antes de llegar a la población. Julio García Ortiz nos envía esta foto de la cruz de piedra con pedestal que ese lugar rememora el martirio de este grupo.
La muerte de aquel comunista en el asedio del Alcázar de Toledo había sido la ocasión y la excusa. El padre Marcos Rincón termina su relato afirmando que “el verdadero móvil del fusilamiento de aquellas dieciséis personas el 24 de septiembre en Los Yébenes fue la lucha contra la religión de parte de los ejecutores, quienes, en esta ocasión escogieron a todos los religiosos y ministros de Dios que estaban a su alcance y únicamente a ellos: los dieciséis que seguían prisioneros en la iglesia de Santa María, de Consuegra, y perseveraban firmes, más fuerte que la vida misma. La iglesia de Consuegra confesaba su fe por medio de dieciséis nuevo mártires: Dativo Rodríguez, Jenaro Gutiérrez, Julián Gutiérrez, Pablo Rivero, Balbino Moraleda (NM/84), Julián Díaz, Daniel Gutiérrez (NM/39), sacerdotes diocesanos; Moisés Márquez, Emilio Lara, José Moraleda, escolapios; Ubaldo Albacete, dominico; Ramón Pérez, Pedro Lumbreras, Demetrio Biezma, Orencio Montero y Gregorio Ayuso, franciscanos. Todos ellos fueron enterrados en el cementerio municipal de Los Yébenes, fueron exhumados y enterrados en el de Consuegra poco después de acabada la guerra civil española de 1936-1939. Así pues, continuamos con la reseña de los sacerdotes diocesanos, a excepción de los Siervos de Dios Balbino Moraleda y Daniel Gutiérrez cuyas datos biográficos ya aparecieron.
El Siervo de Dios Dativo Rodríguez Jiménez, nació en Consuegra (Toledo) el 11 de febrero de 1889. Recibió la ordenación sacerdotal el 17 de mayo de 1913. Entre sus primeros destinos regenta la parroquia de Los Cerralbos. Meses antes de salir de ella se alaban sus trabajos en el periódico “El Castellano” al afirmar que “con afanes y sacrificios indescriptibles, don Dativo ha logrado restaurar la iglesia parroquial de San Esteban”. En las primeras semanas de octubre de 1925, toma posesión de la parroquia de Fuensalida (Toledo). “La justa fama de virtud y de talento de que venía precedido el nuevo pastor, hizo que, desde mucho antes de la hora señalada para su entrada en el pueblo, el vecindario en masa se echara a la calle dirigiéndose a su encuentro”.
Con fecha del 13 de octubre de 1925 “El Castellano” sigue narrando la toma de posesión del Siervo de Dios Dativo Rodríguez Jiménez en la parroquia de Fuensalida (Toledo): “desde la aparición del coche en que venía el nuevo cura párroco los vítores y los disparos de cohetes se sucedieron sin interrupción, hasta su entrada en el templo parroquial. Con el mismo entusiasmo con que aquí es recibido, nos dicen sus acompañantes que se le despidió en Los Cerralbos, sin otra diferencia que allí fue dolor lo que aquí es regocijo. Luego de las ceremonias rituales, don Dativo, al posesionarse de la Cátedra Sagrada, pronunció un brillantísimo discurso, desarrollando el tema: “Pro Christi legatione fungimur” (el legado universal de Cristo) dedicando sentido de paternal gratitud al reverendo padre Severiano Sánchez, franciscano, recientemente fallecido en Roma que, en Consuegra, fue su maestro, consejero y guía, durante los primeros años de su carrera… La magnífica pieza oratoria del señor cura, fue muy justamente elogiada… Felicitamos a Fuensalida y a su nuevo pastor, al que deseamos copiosos frutos en su sagrado ministerio”.
Hombre entregado a la caridad, su nombre aparece vinculado a la recaudación de fondos para asistir varias necesidades: “para socorrer a la familia del infortunado párroco de Pulgar”; se trataba de don Santiago del Campo González que, muriendo joven e inesperadamente, dejaba en desamparo a su anciana madre y a un hermana viuda con dos niños pequeños. O también “para costear una mano artificial al sacerdote Víctor Díaz, párroco de Albares (Guadalajara)”.
Respecto al cuidado de las almas (salus animorum), durante la Cuaresma de 1935, puede leerse la siguiente crónica: “Correspondía en esta Cuaresma la práctica hace años establecida por el señor cura párroco, don Dativo, de dirigir cada dos años una tanda de Ejercicios espirituales para caballeros y otra para señoras. Siguiendo esta práctica, y como actos preparatorios para lucrar la indulgencia plenaria del Jubileo de la Redención, se organizaron ambas tandas de Ejercicios”.
Nos estamos refiriendo al Año Jubilar extraordinario que el papa Pío XI convocó, en 1933, con motivo del XIX Centenario de la Redención del género humano. La apertura de la Puerta Santa fue fijada para el Domingo de Pasión (y no la noche de Navidad), y la clausura para el Lunes de Pasión del año siguiente. El Jubileo atrajo a Roma una cantidad jamás vista de peregrinos. El Papa, para favorecer a los que no habían podido acudir a la Ciudad Eterna, extendió el Jubileo a todo el mundo (diócesis) hasta la octava de Pascua de Resurrección de 1935.
En la Catedral Primada de Toledo y, con una comunión general concurridísima, presidida por Monseñor Gomá, terminó el brillante triduo conmemorativo del Jubileo de la Redención. Era el 28 de abril de 1935. Durante la última quincena del mes de marzo se produjeron infinidad de celebraciones por los pueblos de la Diócesis.
La noticia que para “El Castellano” redacta un joven católico de Fuensalida” sobre los Ejercicios Espirituales que don Dativo está dando en el pueblo, continúa así: La primera tanda “dio comienzo el día de San José, para terminar el domingo siguiente. Asisten adoradores nocturnos de Jesús Sacramentado, jóvenes católicos y espléndida concurrencia de hombre pertenecientes a todas las clases sociales en número no inferior a 150. Nuestra puntualidad es exacta en la hora y a los actos; nadie quiere perder la meditación y misa a las cinco y media de la mañana ni el rezo del santo rosario y meditación a las siete de la tarde. Terminada esta tanda el domingo 24 de marzo con la comunión general, comenzaron en la tarde de dicho día los Ejercicios dedicados a las señoras, que asisten en número superior a 300. En la comunión general del 31 de marzo, reciben el Pan eucarístico 338 ejercitantes. De labios del señor cura párroco hemos escuchado el siguiente juicio: “Cinco veces, desde hace nueve años que estoy al frente de esta parroquia, he dirigido tandas de Ejercicios espirituales, según el método de san Ignacio de Loyola; nunca como este año he visto más asistencia y mejor disposición para escuchar las sublimes verdades de nuestra religión que en ellos se expone. Me siento altamente satisfecho de haber hecho “familiar” en mi feligresía este medio de santificación de las almas”.
Así que, mientras faltaba un año para que estallara la Guerra Civil española, el pueblo de Fuensalida (Toledo) se disponía a recibir todas las gracias y frutos que, como privilegio continuado, el Papa Pío XI había concedido a todos los que no habían peregrinado a Roma por el Año Jubilar. Así finaliza la crónica de “El Castellano”, con lo que el Siervo de Dios Dativo Rodríguez hizo en su parroquia de San Juan Bautista de Fuensalida:
“Nuestro señor cura párroco aconsejó que, para mayor recogimiento y fervor se hiciesen, privadamente, las visitas jubilares a la iglesia parroquial y tres iglesias más de este villa. Había que obedecerle. Fuensalida presenció en la mañana del 31 de marzo un espectáculo análogo al que presencia el Jueves Santo cuando los feligreses de esta parroquia hacen la visita a Jesús Sacramentado en los Monumentos.
Sobre las cinco de la tarde del domingo, se organiza la procesión jubilar; veintitrés estandartes de otras tantas Cofradías siguen a la cruz parroquial… Preside el señor cura párroco, revestido de capa pluvial morada, llevando en sus manos una cruz de madera. Un coro de jóvenes cantan el vía crucis, motetes y plegarias.
A los acordes del órgano y cantando el “Veni Creator Spiritus”, hacemos la entrada en la iglesia parroquial, rezadas las preces mandadas continuamos las visitas a la capilla del Colegio de San José de las Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús, y a las iglesias de Nuestra Señora de la Soledad y a la del convento de las religiosas Franciscanas.
De vuelta a la iglesia parroquial hacemos la última visita; el señor cura párroco se coloca en medio del presbiterio de cara al pueblo, le rodean las banderas y los estandartes, el público llena la iglesia. El cuadro impresiona y emociona. La palabra del señor cura, siempre cálida y oportuna, nos ofrece los frutos del Árbol de la Cruz, uno de ellos el de la Indulgencia que acabamos de lucrar. Hermosas palabras, que bien se escuchan después de haber practicado los Santos Ejercicios Espirituales”.
La fotografía pertenece a un encuentro de la Acción Católica de Fuensalida, algunos de cuyos miembros sufrirían el martirio en los días de la persecución religiosa. Don Dativo aparece justo en el centro.
Junto al Siervo de Dios Dativo Rodríguez Jiménez en la Parroquia de San Juan Bautista de Fuensalida (Toledo) trabajaba otro consaburense: el Siervo de Dios Jenaro Gutiérrez Nieto. Había nacido en Consuegra (Toledo) el 29 de septiembre de 1904. Ordenándose el 3 de marzo de 1928. Entre sus primeros destinos figura el de ecónomo de Garbayuela (Badajoz); en 1936, era coadjutor en Fuensalida. Cuando estalla la Guerra Civil don Jenaro se encuentra en su pueblo natal disfrutando de unos días de descanso.
Las primeras notas manuscritas de nuestro gran historiador Juan Francisco Rivera Recio (1910-1991) son sobrecogedoras. Están escritas tan en el momento que sobre don Dativo afirma: “amenazado de muerte salió para Torrijos la víspera de la revolución, marchando para Madrid”. Luego, cuando más tarde pudo informarse de todo lo que había sucedido en la zona de Consuegra escribe en su libro (pág. 401): “Varias veces se le había amenazado, indicándole que debía marcharse del pueblo; hasta que el 17 de julio se ausentó de la parroquia, dirigiéndose a su pueblo natal para estar con su familia”.
Don Dativo y don Jenaro serán detenidos en Consuegra por las autoridades marxistas. Desde el 11 de agosto a la noche de la saca (madrugada del 24 de septiembre de 1936), quedaron en la iglesia-prisión de Santa María junto a los otros sacerdotes diocesano y demás religiosos. Aunque según se cree, se les liberó varios días “imponiéndoseles subidas multas”. Lo cierto es que ambos sacerdotes permanecieron encarcelados desde el 19 de agosto hasta que se les llevó a cinco kilómetros aproximadamente antes de llegar a Los Yébenes, donde alcanzaron la palma del martirio, como se narró al inicio de esta serie. En Consuegra se erigió una Cruz a los Mártires en el parque frente a la Iglesia de San Juan, en ella se inscribieron entre otros los nombres de los sacerdotes mártires. Fue inaugurada el 5 de mayo de 1942.
El Siervo de Dios Pablo Rivero Sánchez-Perdido había nacido en Consuegra (Toledo), el 30 de junio de 1901. Tras realizar sus estudios en el Seminario de San Ildefonso, fue ordenado el 11 de junio de 1927 por el Obispo auxiliar de Toledo, Monseñor Rafael Balanzá y Navarro. Sus primeros destinos fueron en la provincia de Guadalajara: como coadjutor en Horche y Yebes (1927) y luego de ecónomo de Fuentelaencina (1930). Desde allí regresa a la provincia de Toledo para ejercer como coadjutor de la parroquia de La Guardia (Toledo).
El 17 de mayo de 1933 una crónica de “El Castellano” nos habla de él, para narrarnos que más de 3.500 personas han asistido al traslado del Santo Niño a la iglesia parroquial con motivo de las “solemnes rogativas para impetrar el beneficio de la lluvia”… “en medio de un entusiasmo rayano en delirio, del público que no cesaba en sus cánticos populares salidos del corazón, llegó la comitiva a la iglesia parroquial, donde el señor cura, don Pablo Rivero, participando en alto grado de la emoción que flotaba en el ambiente, subió al púlpito, iniciando una plegaria, que el pueblo entero de rodillas, fue repitiendo y dirigiendo frases que, desligadas de galas oratorias y salidas espontáneamente del corazón, alcanzaron la suma elocuencia, que consiguió arrancar lágrimas a todos los presentes“. Permaneció junto al párroco de La Guardia (Toledo), don Ángel Sánchez-Perdido, hasta el 27 de noviembre de 1935, fecha en que éste falleció en Consuegra.
Nombrado coadjutor de la parroquia de Villacañas (Toledo), con una población de más de ocho mil feligreses, se une a los tres sacerdotes que la atendían. Cuando en julio de 1936 estalle la Guerra Civil don Pablo consigue reunirse con su familia en Consuegra, siendo detenidos con los demás sacerdotes y fusilado en la saca del 24 de septiembre. Por su parte, el 5 de septiembre los otros dos coadjutores de Villacañas, los Siervos de Dios Emilio Quereda y Rufino López-Prisuelos, serán asesinados por “odio a la fe” en el cementerio de Tembleque. El párroco, don Antonio Gómez Trasierra, anciano y muy enfermo, fallecerá el 7 de abril de 1938 de muerte natural, con grandes sufrimientos.
El Siervo de Dios Manuel del Campo Gómez (martirizado en la noche del 18 al 19 de agosto de 1936) ecónomo de la parroquia de Consuegra, tenía tres coadjutores: el Siervo de Dios Francisco Lumbreras (que sufrió el martirio en la noche del 8 de agosto de 1936) y los Siervos de Dios Julián Gutiérrez García de la Cruz y Julián Díaz-Mayordomo Reguillo. Estos son los dos últimos sacerdotes diocesanos que completan el relato.
En el cuadro que se conserva con las fotos de todos los sacerdotes y religiosos asesinados “in odium fidei” aparecen juntos. La Postulación está trabajando sobre el sacerdote consaburense Julián Gutiérrez, del cual solo consta que trabajaba en dicha parroquia, su foto y su nombre en la cruz de los Mártires en Consuegra y en la cruz donde fueron martirizados.
Por su parte, el Siervo de Dios Julián Díaz-Mayordomo Reguillo nació el 7 de octubre de 1896 en La Solana (Ciudad Real). Recibió la ordenación sacerdotal de manos del obispo auxiliar Juan Bta. Luis y Pérez el 20 de marzo de 1920. Después de sus primeros destinos, desde 1929 trabaja en Consuegra.
Los dos coadjutores fueron detenidos el 11 de agosto de 1936. El 14 parece que dieron libertad a todos los sacerdotes que estaban en prisión, imponiéndoseles en cambio el pago de fuertes multas. Pero en septiembre fueron nuevamente encarcelados. Allí también estaba el Siervo de Dios Ubaldo Albacete Moraleda, que nació en Consuegra (Toledo) en 14 de mayo de 1910. Hermano cooperador en el Convento de Almagro (Ciudad Real) de los PP. Dominicos, había profesado en 1934. El 24 de julio fue a refugiarse a casa de sus padres, donde lo encontraron los milicianos el 11 de agosto. Su causa se instruye en el proceso del Siervo de Dios Floro Casamitjana Carrera y 9 compañeros dominicos de Ocaña (Toledo) y Almagro (Ciudad Real).
Así los tres protagonistas de esta entrega se sumaron a los otros trece sacerdotes diocesanos y religiosos que fueron asesinados según lo ya relatado en las primeras entregas.