ALFONSO GONZÁLEZ AYUSO
Ecónomo de Argés (Toledo)
Agradecemos a don Pedro Antonio Alonso Revenga el material fotográfico que nos ha cedido para “Padrenuestro”. La información del mártir es de un artículo que sobre la vida del Siervo de Dios se publicó en el nº 22 de la revista “El Rollo” de junio de 1999, según declaración verbal de León Mª González Ayuso, hermano menor del mártir, testigo presencial.
Natural de Guadamur, nació el 20 de noviembre de 1905. Sus padres se llamaban Petronilo González Santillán y Doña Felisa Ayuso Díaz. Desde su infancia siempre fue un niño ejemplar, lo mismo en casa como en la iglesia a la que iba a diario, ya que su padre era el sacristán de la parroquia y le ayudaba en sus tareas. Igualmente en la escuela, dadas sus cualidades don Andrés Hornillos se creyó en el deber de ponerlo en conocimiento de sus padres para felicitarles por su buen comportamiento en clase con los demás niños y por la gran inteligencia de su hijo Alfonso.
A Alfonso le gustaba vestirse con una pequeña sotana que su buena madre tuvo que hacerle y con los niños del pueblo solía organizar procesiones con pequeñas imágenes de Santos que tenía en su casa. Salían por las calles y por el campo con los santos en las andas, entonando canciones religiosas. Algunos testigos recuerdan que Alfonso les “predicaba” y que todos le conocían por “el curita”.
Un buen día -relatan algunos compañeros suyos- íbamos muchos niños en una de esas procesiones cantando y llegando a una era en la que se encontraba una mujer con una manada de pavos, se dirigió a Alfonso y le gritó: -“¡Alfonsito, para la procesión y que se callen los niños que se espantan los pavos!” A lo que Alfonso respondió: “¡Que se espanten los pavos y que siga la procesión!”
En su casa tenía una buena colección de folletos pequeñitos, con biografías de santos, de los que la familia aún conserva algunos. No se dormía nunca sin haber leído antes alguno de ellos.
Alfonso, finalmente ingresó en el Seminario Menor de Toledo, donde enseguida se distinguió por su aplicación, obediencia, humildad y simpatía; siempre estaba muy alegre. A su debido tiempo pasó al Seminario Mayor donde también se distinguió por su ejemplaridad. Era de familia humilde, disfrutaba de una beca de estudios que el Conde de Cedillo había legado a los seminaristas de Guadamur.
Alfonso tenía muchos y muy buenos amigos. Entre sus condiscípulos estaba don Anastasio Granados, que más tarde sería obispo auxiliar de Toledo y Obispo de Palencia. En las vacaciones de verano iba a Guadamur y organizaba festivales y funciones de teatro con los jóvenes repartiendo lo que recaudaban entre los más necesitados, a los que profesaba gran estima, visitándolos con frecuencia para llevarles alimentos y ropas. Un día su buena madre echó en falta la ropa de la cama de su hijo Alfonso, cuando le preguntó si lo sabía, éste le contestó que se la había llevado a un anciano pobre que estaba enfermo.
En la iglesia ayudaba al párroco en las tareas de la catequesis, liturgia y cantos, tocando el órgano. Por fin, Alfonso logró su gran sueño y recibió la ordenación sacerdotal, de manos del Cardenal Pedro Segura, el 21 de septiembre de 1929. Cantó su primera misa del 28 de septiembre del mismo año en la parroquia de Santa María Magdalena, predicando el Siervo de Dios Juan Carrillo de los Silos. Sus padrinos fueron los Condes de Cedillo. Éste día fue una gran fiesta tanto para él como para sus familiares, padres, hermanos y abuelos… Su primer nombramiento será el de párroco de Aranzueque y Valderachas, en el arciprestazgo de Pastrana (Guadalajara).
“El Castellano”, diario católico de información, como reza en su cabecera, nos informa el viernes 12 de septiembre de 1930 que: “El día de la fiesta, al amanecer, la música recorrió las principales calles de la villa tocando alegres dianas; y a las diez se celebró la misa solemne a toda orquesta, ocupando la sagrada cátedra don Alfonso González. Por la tarde, del día 8, fue el ofrecimiento y procesión que como en años anteriores constituyó un verdadero acontecimiento religioso, pues devotamente asistieron todo el pueblo y la hermandad en pleno, debidamente organizados bajo la presidencia de las autoridades… y ya serían más de las nueve cuando a los acordes de la Marcha Real y a los vítores del pueblo entusiasmado, hacía su entrada triunfal la Santísima Virgen en su ermita”.
La foto que nos envía Pedro Antonio Alonso Revenga nos muestra a Alfonso, con sotana y sobrepelliz, en el ofrecimiento a Nuestra Señora de la Natividad en su fiesta del 8 de septiembre.
De los pueblos de Guadalajara, primer destino de Alfonso, al año siguiente, en 1930, se le encarga la capellanía del Convento de Santa Cruz de las Madres Cistercienses de Casarrubios del Monte (Toledo). Finalmente, en 1932, es nombrado párroco para los pueblos de Argés y Layos, también en la provincia de Toledo. En ambos pueblos le querían muchísimo, pues era muy cumplidor de sus obligaciones con los niños, jóvenes y adultos.
Don Alfonso permaneció en Argés y Layos hasta el mes de julio de 1936, ya que al comenzar la Guerra Civil tuvo que regresar a Guadamur, donde estaba su padre, sus hermanos y su abuela paterna; su madre había fallecido. León María, hermano menor del mártir, testigo presencial que redactó para la revista “El Rollo” estas líneas, contaba junto a sus hermanos que los días anteriores a su martirio, Alfonso oraba y se preparaba para bien morir.
Uno de los primeros días del mes de agosto, y debido a que su padre era el sacristán de la parroquia y guardaba las llaves de la puerta de la iglesia y de la sacristía, enviaron al hermano menor que fuera al templo y se trajera la Sagrada Eucaristía. León María fue, pero al ir a abrir la puerta, le sujetaron y le quitaron las llaves de la mano enviándole a casa.
La mañana del 10 de agosto de 1936, fue un día terrible para Guadamur, ya que ese día fueron asesinadas varias personas, así como quemadas las imágenes y los altares de la iglesia. Don Alfonso estaba en casa con su familia. Su padre estaba enfermo en cama. Todos se lamentaban por la quema de las imágenes y la profanación del templo. Un gran silencio reinaba en la casa cuando vieron entrar por la puerta a seis individuos armados con fusiles.
Ya en el interior preguntaron: “¿Quién es el cura?”.
A lo que Don Alfonso respondió rápidamente: “Yo soy”.
Entonces se lo llevaron aparte y le dijeron: “-Si nos das diez nombres de personas de derechas de aquí, no te matamos”.
“Si os los doy –respondió con lógica- mataréis a los diez y a mí con ellos, así que haced conmigo lo que queráis”.
“Entonces, echa palante”, le dijeron.
Él no tuvo valor para despedirse, tan solo lo hizo de su abuela, a la que abrazaba, mientras le decía: “-Adiós, abuela, hasta la eternidad”.
Le retuvieron en la plaza, ante la iglesia, dos o tres horas para que contemplara la parodia sacrílega en la que, revestidos algunos milicianos con ornamentos, se burlaban de los ritos religiosos, mientras ardían las imágenes y el ajuar litúrgico. Le hicieron llorar amargamente. Luego le llevaron al ayuntamiento donde había milicianos de la FAI, que vinieron al pueblo expresamente para matar a gente. Un vecino del pueblo dijo:
“-No matéis a este que ha hecho mucho bien en el pueblo con los pobres y necesitados”.
Esto no sirvió para nada, ya que ellos respondieron:
“-Pero es cura y hay que matarle”.
Le subieron a una camioneta y al final del pueblo Don Alfonso dijo:
“-Matadme aquí en mi pueblo para que me entierren junto a mi madre”.
Ellos le dijeron:
“-Pues baja y echa a andar”.
Él bajó de la camioneta y santiguándose les dijo: “-Dios os perdone como yo os perdono” y, sin apenas andar dos pasos, gritó: “¡Viva Cristo Rey!”, recibió un disparo en la nuca, dejándole muerto en el acto, a menos de un kilómetro de Guadamur. Tenía entonces Don Alfonso 33 años. Una mujer que venía por el camino lindante vio todo lo ocurrido escondida tras un árbol, y llegó al pueblo, muy nerviosa y descompuesta, contándolo todo como lo había visto. Ese mismo día, mataron también al párroco de Guadamur, el Siervo de Dios Ángel Alonso Peral. Alrededor del mediodía algunos familiares y amigos de Don Alfonso trajeron su cuerpo en un carro al cementerio de Guadamur. El pueblo entero sintió tan grande pérdida.
En 1939, en el lugar donde fue asesinado, se colocó una pequeña cruz de piedra que todavía permanece. Sus restos reposan en el cementerio de Guadamur. Recién terminada la Guerra Civil, el cardenal primado de Toledo, Monseñor Isidoro Gomá visitó el pueblo para bendecir la iglesia profanada, y al saludar al hermano del Siervo de Dios, le dijo: “-Tienes un hermano santo”.