RUFINO LÓPEZ-PRISUELOS GARCÍA-MAQUEDA
Coadjutor de la parroquia de Villacañas (Toledo)

Nació en Villacañas (Toledo) el 19 de octubre de 1869, siendo bautizado en la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, de la mencionada Villa, el día 20 del mismo mes y año, con los nombres de Pedro Alcántara Rufino.

Fue uno de los siete hermanos nacidos del matrimonio formado por Nicolás y Juliana, de profundas raíces cristianas, en cuyo ambiente fue recibiendo los principios de su formación cristiana, que dieron como fruto su vocación sacerdotal.

Ordenado sacerdote el 23 de septiembre de 1893, a los 24 años, tras sus primeros destinos, ejerció desde 1897 a 1903, como cura regente de la parroquia de Añover de Tajo (Toledo). Después fue coadjutor de la parroquia de Villacañas (Toledo) y capellán de las Hermanas de Nuestra Señora de la Consolación, religiosas fundadas por Santa María Rosa Molas, que habían llegado a Villacañas en 1914.

En la parroquia también ejercía de coadjutor el Siervo de Dios Emilio Quereda Martínez Fraguas.

El 2 de agosto de 1936 fueron detenidos todos los sacerdotes de la población, a excepción del párroco, gravemente enfermo, siendo todos encerrados en la ermita de Nuestra Señora de los Dolores, habilitada como cárcel. Don Emilio sufrió palizas terribles hasta romperle el brazo.

Sabemos que Don Rufino fue primero trasladado a la ermita de San Roque, habilitada como prisión provincial, y posteriormente trasladado con todos los demás detenidos, a la ermita del Cristo del Coloquio o de Ntra. Sra. de los Dolores.

Un testigo, el querido sacerdote Don Nicolás López-Prisuelos, sobrino del Siervo de Dios, que por entonces era un niño de doce años, recuerda que “todos los días le llevaba la comida y, con alguna frecuencia, le dejaban entrar dentro, con lo cual pude comprobar su estado, como consecuencia de los tormentos recibidos”. Se sabe que de los fuertes golpes recibidos perdió un ojo.

Don Rufino, como los demás, fue testigos de la profanación y destrucción de la imagen de la Virgen de los Dolores, por la cual sentían una profunda devoción y se consideraba su fiel y devoto capellán. A lo largo de este duro y cruel mes de prisión no se separó del altar de su Virgen de los Dolores.

Finalmente, los dos sacerdotes unidos en su ministerio por el mismo destino fueron también juntos sacados de la cárcel. Era el 5 de septiembre y, tras conducirlos a las tapias del cementerio de Tembleque, después de una nueva y última brutal paliza, los remataron a tiros.