FRANCISCO LUMBRERAS FERNÁNDEZ
Coadjutor de la parroquia de Consuegra (Toledo)
Natural de Consuegra, había nacido el 17 de diciembre de 1890. Fue ordenado sacerdote el 18 de diciembre de 1915. Tras sus primeros destinos, “El Castellano” del 27 de octubre de 1920 da la noticia de que acaban de ser firmados una serie de nuevos nombramientos entre ellos el de un nuevo coadjutor para Consuegra: Francisco Lumbreras. Excelente orador, una crónica de la época comentando la predicación, en una fiesta mariana, afirma de él “que una vez más dejó demostrada su competencia en esta materia”.
Tomás López en su libro “Aire fresco” (Toledo 2009) sobre la vida del Beato Felipe José, hermano de La Salle, refiere en el capítulo “Encarcelados por Cristo” que, el 21 de julio, mientras el Siervo de Dios Balbino Moraleda estaba celebrando la santa Misa, los milicianos fueron a detener a los cuatro religiosos. Antes, el sacerdote, les conminó a consumir las Sagradas Formas.
López sigue contando:“Pasado el mediodía, fue conducido a la cárcel Demetrio López, uno de los pocos detenidos que, años más tarde, pudo contar su encuentro con los Hermanos. A media tarde llegó un joven que casualmente se llamaba Pedro Álvarez, como el hermano Felipe José. La cárcel municipal fue albergando cada día a más presos. Muchos de ellos eran personas conocidas… entre los presos estaba también Francisco Lumbreras, coadjutor de la parroquia”.
La noche del 6 al 7 de agosto, como ya quedó dicho, fueron asesinados tres hermanos de La Salle junto a diez consaburenses más. Tras quedar sitio en “la cárcel” volvían a practicarse detenciones. El 7 de agosto fue detenido el coadjutor de la parroquia, Francisco Lumbreras. A la noche siguiente, sea porque se supo el error cometido (confundir a un Pedro Álvarez por otro) y tener conocimiento de que quedaba un Hermano o, simplemente porque tocaba, el comité revolucionario organizó una nueva saca de presos. No hubo juicio ni tribunal popular previo. Las víctimas fueron seleccionadas: ocho en total. Don Francisco Lumbreras cuando oyó abrirse la puerta, exclamó: “-Ha llegado nuestra hora”. Junto al religioso iba el coadjutor. Todos se confesaron, el sacerdote pidió al Hno. Felipe José su crucifijo para pedir perdón por sus faltas. Al subir al camión uno de ellos se echó a llorar, mientras don Francisco le animaba, diciéndole: “-No llores, porque la muerte que vamos a tener, no puede ser más gloriosa”. La siniestra expedición se dirigía camino de Urda. Al pasar por la ermita del Cristo, el coadjutor que habría celebrado allí tantas veces el sacrificio eucarístico gritó con voz potente: “-¡Viva el Cristo de la Vera Cruz!” “-¡Viva!” gritaron los detenidos.
Tras una avería en uno de los coches se reinstalaron en el camión. Al llegar a la carretera que une Toledo con Ciudad Real, continuó su marcha hacia el sur, hasta entrar en el término municipal de Fuente el Fresno, en un lugar llamado “El Cortijo”. Bajaron a las víctimas entre blasfemias, patadas y empujones. El que conducía el camión declaró que el sacerdote Lumbreras pidió ser el último en morir, para dar la absolución a sus compañeros. Hecho esto, le vendaron los ojos y lo acribillaron, pues todo el pelotón disparó contra él. Cuando años después se hizo la exhumación de los cuerpos, el coadjutor apareció con el cráneo machacado.
Cuenta el Padre Marcos Rincón, vicepostulador de los PP. Franciscanos, que al comenzar la guerra civil, la comunidad franciscana de Consuegra era sede del teologado de la Provincia de Castilla y estaba formada por 32 religiosos: 9 sacerdotes, 19 estudiantes y cuatro hermanos no clérigos. 28 de ellos sufrieron martirio por la fe en diversos lugares y en distintas fechas de 1936. Los franciscanos estaban bien vistos por el pueblo, que era muy religioso, pero las autoridades locales actuaron a los dictados del Gobierno de la nación, que se había propuesto hacer desaparecer de España la religión.
Como ya dijimos el 21 de julio, las autoridades se incautaron de todas las iglesias y prohibieron celebrar actos religiosos, incluso a puerta cerrada. Del 21 al 24, los franciscanos siguieron en su convento, pero sin poder salir y cercados por guardias del pueblo. Pasaron esos días en oración, se confesaron y celebraron la eucaristía en el oratorio del estudiantado. El 24 fueron expulsados del convento. El último en salir fue el Padre Guardián, el Beato Víctor Chumillas, que entregó las llaves a los agentes municipales. Los religiosos fueron hospedados por familiares y bienhechores. En los días de hospedaje llevaron una vida serena y de oración, sin intentar huir ni esconderse de los perseguidores. El P. Víctor expresó repetidamente su deseo de ser mártir.
Entre la tarde y noche del 9 de agosto y la mañana del 10, fueron detenidos 28 de los 32 franciscanos. Los otros cuatro lo serían el día 11. Ellos, sin protestar ni resistirse, pero conscientes de que los matarían, siguieron a los agentes, que los llevaron a la cárcel municipal. La estancia en la misma quedó escrita por el P. Chumillas en su breviario. Todos iban contentos de sufrir por el Señor y, al verse, se abrazaron, se pidieron mutuamente perdón y recibieron del superior la absolución general. Por la noche, ellos y los demás eclesiásticos encarcelados se confesaron, oraron y renovaron los votos y las promesas sacerdotales. Habiendo ingresado en la cárcel el 11 de agosto los demás sacerdotes (el ecónomo Manuel del Campo Gómez; los coadjutores Julián Gutiérrez y Julián Díaz-Mayordomo; el canónigo Vidal Díaz; los sacerdotes de Fuensalida Dativo Rodríguez y Jenaro Gutiérrez; Pablo Rivero, coadjutor de La Guardia; regente de Rielves, Balbino Moraleda y a Gregorio Romeral, párroco de Villafranca de los Caballeros), además de un grupito de escolapios (los Padres Cristóforo Rodríguez, Manuel Fuentes, Gregorio Gómez y José Moraleda; el día 10 había sido detenido el P. Moisés Vázquez).
Según los testigos, el 14 de agosto parece que dieron libertad a varios, sino a todos los sacerdotes detenidos, imponiéndoles en cambio una considerable multa a cada uno. Fueron liberados tres franciscanos de avanzada edad y uno de los estudiantes de teología, consaburense; además de otros religiosos. Ese mismo día detuvieron al Padre escolapio Emiliano Lara y al coadjutor de Mora, el Siervo de Dios Daniel Gutiérrez.
Como relata en sus diferentes publicaciones sobre los mártires franciscanos el Padre Marcos Rincón, “pasada la media noche del 15 al 16 de agosto, los franciscanos fueron sacados de la iglesia-prisión. Inmediatamente, mandaron volverse a los naturales de Consuegra y a los hermanos no clérigos, en total, ocho, que serían luego asesinados. Los veinte restantes fueron subidos a un camión. Escoltado por varios coches, en los que iba el alcalde y miembros del Ayuntamiento, el camión salió de Consuegra, pasó por el pueblo de Urda y se detuvo en el lugar llamado Boca de Balondillo, en el término municipal de Fuente el Fresno (Ciudad Real). Los franciscanos, que habían ido rezando por el camino, fueron mandados bajar y ponerse en fila a pocos metros de la carretera. El P. Víctor Chumillas pidió al alcalde que los desatasen para morir con los brazos en cruz, pero no le fue concedido. Pidió que los fusilasen de frente, y el alcalde permitió que se volviesen. Entonces el P. Víctor dijo a su comunidad: “Hermanos, elevad vuestros ojos al cielo y rezad el último padrenuestro, pues dentro de breves momentos estaremos en el Reino de los cielos. Y perdonad a los que os van a dar muerte”. Y al alcalde: “¡Estamos dispuestos a morir por Cristo!” Inmediatamente, Fr. Saturnino clamó: “¡Perdónales, Señor, que no saben lo que hacen!”. Empezó la descarga de disparos. En ese mismo momento, varios de los franciscanos gritaron: “¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Orden Franciscana! ¡Perdónales, Señor!”. Eran aproximadamente las 3,45 de la madrugada del 16 de agosto de 1936. Los cuerpos de los veinte franciscanos, por orden de la autoridad, fueron recogidos ya de día, llevados en un camión y sepultados en el cementerio de Fuente el Fresno. Una cruz de mármol con una breve inscripción recuerda el lugar de su martirio.