AÚREO MARTÍN MAESTRO
Párroco de Portillo (Toledo)

Áureo nació el cuatro de noviembre de 1865 en Ajofrín (Toledo). Estudió en el Seminario Mayor de Toledo. Aunque el cardenal Antolín Monescillo entró en la diócesis el 13 de agosto de 1892, Áureo recibió las sagradas órdenes en la diócesis de Ciudad Real de manos del obispo José María Rancés y Villanueva: como diácono el 24 de septiembre de 1892 y como sacerdote, meses después, el 16 de diciembre.

Estos son algunos de sus destinos pastorales: José Díaz del Pino en su Historia de Aldeanueva de Barbarroya y Corralrubio (Madrid, 1986), afirma -en la página 247- cuando el autor hace la relación de eclesiásticos, que en el siglo XX, don Áureo Martín fue párroco de Aldeanueva de Barbarroya desde 1889 a 1899. En 1908 es destinado a Cazorla (Jaén); será nombrado Arcipreste de Cazorla en 1912. Finalmente, “El Castellano” del 8 de mayo de 1926 informa que en la provisión del “Concurso de curatos para esta Diócesis” don Áureo ha sido nombrado párroco de Nuestra Señora de la Paz de Portillo de Toledo.

Fue el siervo de Dios un asiduo colaborador del periódico “El Castellano”. La Postulación conserva una gran cantidad de artículos, de los temas más variados: del año 1906, un par de artículos que titula “Consideraciones sobre la confesión”. De 1912 son tres artículos: sobre la religiosidad de Cazorla, donde estuvo destinado; en defensa de las órdenes religiosas; e incluso, uno en el que narra la curación “milagrosa” de una niña paralítica por intercesión de Nuestra Señora de las Mercedes. El año más prolífico es el de 1935, ocupando ya la parroquia de Portillo, conservamos dieciocho artículos de carácter social y político, y por supuesto, sobre religión. En ellos trata sobre las elecciones municipales de 1935 o como “el acto de votar es un dictado de conciencia”. Varios son sobre agricultura o “impresiones sobre los cereales y la uva”. Sobre la cuestión obrera o el laicismo.

Don Áureo, desde las páginas de “El Castellano” llegará a terminar uno de sus artículos afirmando que “hay que convenir que no puede más que este dilema: o no ser católicos o serlo. Si lo primero, todo huelga, o mejor todo es necesario para hacer la guerra a la religión y la sociedad. Si lo segundo, todo también es necesario: sacrificar nuestra comodidad, nuestros intereses y hasta nuestra propia vida” (11.03.1935). Un año después, en mayo de 1936, será expulsado, arrojándosele a la calle los muebles, así como el archivo parroquial.

De entre todos los artículos que el siervo de Dios publica en “El Castellano” hemos elegido este del 7 de octubre de 1935. Se titula “Catequesis cristiana".

«Catequesis o explicación de doctrina cristiana a niños o a adultos, ¡qué espectáculo tan hermoso! Y es que el catequista está cumpliendo, cuando catequiza, con las palabras del Señor: “Dejad que los niños vengan a mí”. Y los niños, cuando asisten a la catequesis, van a Cristo, representado por el sacerdote catequista.

Y, si es hermoso este cuadro estéticamente considerado, lo es más en sus efectos: en el comportamiento ulterior del catequizado, porque el niño o adulto que asiste a la catequesis se hace buen cristiano, y por ende adquiere las virtudes propias del buen cristiano: ser buen hijo, y luego buen esposo y buen padre de familia, y lo que tiene todavía mayor trascendencia: ser buen ciudadano dispuesto siempre a sacrificarse por la Patria.

No es extraño, pues, que los sacerdotes, especialmente los párrocos, se entreguen con alma y vida a la catequesis cristiana, y que lleguen a hacer pequeños dispendios en estampas y otros regalillos a trueco de mantener la asistencia de los mismos a la catequesis. Al menos antes. Porque ahora, ¿qué gastos hacemos para el sostenimiento de la catequesis? Desgraciadamente ninguno. No hay catequesis ni puede haberla: los niños se niegan a asistir, y si asisten no van más que a hacer ruido y silbar a su salida al catequista.

Dejad que los niños vengan a mí, dice el sacerdote, y los niños, por culpa de los padres o efecto del ambiente en que ahora vivimos, no vienen.

¿Y cuáles son las consecuencias? A cada paso las estamos tocando. No podemos hacer carrera con los hijos cuando tienen doce o catorce años, dicen los padres desconsolados, y si son hombres nos viene a suceder casi lo mismo. Es natural: sin catequesis no hay temor de Dios, y sin temor de Dios no hay respeto a los padres ni a nadie.

Hace días vi salir de su casa a un rapazuelo blasfemando a boca llena; le llamé la atención y se cuadró conmigo en forma que hube de dejarlo. Pensé decírselo a su padre para que le impusiese un correctivo y hube de desistir. ¿Por qué? Porque me dijeron que otro hermano algo mayor había castigado a su padre, por cierto, tan blasfemo o más que sus hijos; el que siembra vientos recoge tempestades.

Ayer fui a un pueblo poco distante de este. Antes de entrar, una turba de chiquillos, como obedeciendo a una consigna, prorrumpieron en espantosas blasfemias, acompañadas de grandes risas. Y esto mismo lo puede observar cualquier persona de juicio, no solo en los pueblos sino en las grandes capitales, incluso en Toledo, la capital clásicamente cristiana, la capital cuya característica ha sido siempre, en personas chicas y grandes, la religiosidad.

Y todo, ¿por qué? Por falta de catequesis, catequesis normal, catequesis acompañada de sumisión y obediencia. La falta de catequesis en la forma dicha lleva consigo la falta de respeto de los hijos a los padres y a las autoridades eclesiásticas y civiles; y lo que es una secuela natural de los anteriores principios, la formación de muchos ciudadanos, que se guardarán muy mucho de exponerse a los peligros que lleva consigo la defensa de la patria; es decir, que de continuar así las cosas, desaparecerá la característica del Ejército español: abnegación y heroísmo cuando se trata de la defensa de la Patria.

Me acuerdo a este propósito, no de toda la poesía, sino de su terminación y sustancialmente, no haciendo verso, relativa a los tiempos de la invasión francesa: hasta las campanas de la Iglesia, decía aquella poesía, claman como tambor batiente: guerra, guerra y siempre guerra al invasor. Pues bien, hasta las campanas de la Iglesia, digo yo, claman: catequesis, concordia entre la Iglesia y el Estado, para que no venga la ruina sobre todos».

Recoge el Dr. Miguel Ángel Dionisio Vivas en su obra “El clero de Toledo en la primavera de 1936” (Toledo, 2014) que “el 20 de marzo escribía urgentemente Aureo Martín Maestro, párroco de Portillo, señalando que acababa de recibir un recado del alcalde del pueblo, en el que le instaba a desalojar la casa parroquial en el término de ocho días, a los que le contestó que él habitaba la casa no por el alcalde, sino por el arzobispo y que por tanto no podía atender su requerimiento. Gregorio Modrego, al responderle en nombre del cardenal, le decía que contestara al alcalde que no estaba en sus facultades acceder a lo que pretendía, pues según la Ley de Confesiones y Congregaciones, la casa rectoral tenía un destino específico, que era ser vivienda del párroco, destino que, según la misma ley, no podía cambiarse si no era por otra ley que había de ser votada en Cortes, y que en el caso de intentar consumar la ocupación, tendría que recurrirse a la autoridad judicial” (pág. 105).

“Desde Ajofrín, donde se había refugiado, escribía Aureo Martín Maestro, párroco de Portillo, para narrar el careo que tuvo, ante el juez de Torrijos, con los que le acusaban de tener armas en su casa; el juez adujo que se había penetrado en casa del cura sin mandato judicial y que por tanto las afirmaciones de los acusadores carecían de valor. El cura, sobre la cuestión de regresar a Portillo, creía que sería peligroso para él y no podría hacer nada provechoso y ponía la parroquia a disposición de sus superiores” (pág. 133-134).

Juan Francisco Rivera recoge que “a partir del 8 de julio de 1936 se dieron atropellos contra la iglesia y anteriormente en los días de Jueves y Viernes santo, los socialistas se esforzaron por turbar la religiosidad en tales fechas… expulsado del pueblo párroco (el siervo de Dios Áureo Martín) y coadjutor (siervo de Dios Manuel Hernández), el encargado posteriormente de la parroquia fue el siervo de Dios Nemesio Maregil, obligado a abandonar el pueblo, marchó el 19 de julio a Talavera, muriendo fusilado en Cazalegas”.

Cuando fue expulsado de su parroquia don Áureo acudió a su pueblo natal para refugiarse con sus familiares. Aquí permaneció hasta el 9 de septiembre, en que fue detenido por las milicias. Trasladado entre torturas al vecino pueblo de Chueca (Toledo), fue asesinado antes de llegar, en pleno campo.

El templo parroquial de Portillo, una vez incautado, fue utilizado como teatro; a este fin abrieron seis ventanas. Todos los objetos de culto, imágenes, ornamentos, órgano, retablo… fueron destruidos.

Profanaron las Sagradas Formas, que fueron recogidas en un copón por doña Asunción Cortes, que las guardó en casa de su padre entre unos específicos de farmacia. Cuando regresaron al pueblo, las encontró en el mismo lugar donde las había escondido y se las entregó al sacerdote encargado de la parroquia.

Antes de quemar las imágenes las distribuyeron burlescamente por las esquinas del pueblo. Algunos vecinos, aprovechando el hastío de los sacrilegios, las escondieron en sus casas; más pronto se les obligó a entregarlas. Destruyeron seis cuadros de algún valor artístico y el Santísimo Cristo del Amparo, talla atribuida al Montañés.

El culto estuvo suprimo hasta el 6 de octubre (“La persecución religiosa en la diócesis de Toledo”, tomo II, páginas 249-250).

De aquel expolio solo quedó la talla del Cristo que hoy preside el presbiterio.

 

Plaza de la Corredera, Cazorla.1911

Plaza de la Corredera, Cazorla.1911

Parroquia de Nuestra Señora de la Paz de El Portillo

Parroquia de Nuestra Señora de la Paz de El Portillo

Catecismo 1924

Catecismo 1924

Entre ellos don Áureo Martín

Entre ellos don Áureo Martín

Cristo parroquia Portillo

Cristo parroquia Portillo