ANTONIO OBEO LÓPEZ-DELGADO
Párroco de Alcolea del Tajo (Toledo)
Con motivo del final del Año Sacerdotal, que tiene lugar en estos días del mes de junio, nos trasladamos hasta el año 1932. En el número 7.235 del diario católico “El Castellano” del jueves 14 de julio de ese año encontramos la siguiente noticia firmada por el Siervo de Dios Mariano Guerras que titula: “En Alcolea de Tajo se celebran las bodas de plata del párroco don Antonio Obeo”.
Ilustramos el artículo con esta foto en la que aparece un grupo de mártires: el Beato Domingo Sánchez, párroco de Puente del Arzobispo, beatificado en 2007 (sentado, en el centro); y los Siervos de Dios Antonio Obeo, párroco de Alcolea (de pie, a la derecha); Laureano Ángel, coadjutor de Puente (de pie, a la izquierda Mariano Guerras, párroco de Valdeverdeja (sentado, a la derecha) y el párroco de Azután, que fue el único que logró salvarse de la persecución religiosa sufrida años después, don Francisco Sánchez (sentado, a la izquierda). El artículo aunque extenso expresa el sentir de este grupo de sacerdotes que ejercían el ministerio en el mismo Arciprestazgo. El Siervo de Dios Mariano Guerras, que será asesinado junto a los muros de la iglesia de Puente el 28 de agosto de 1936, comienza así su crónica:
“Hay para el corazón razones que la misma razón no comprende, decía el gran Bossuet. En muchas ocasiones, dirá la clásica decidora Teresa de Jesús, se hace preciso, es necesario, mostrar al descubierto el pecho, desnudo el corazón, para que cuanto antes se llegue a conocimiento de los sentires y afectos que del mismo se desbordan. Y es que el conocimiento del corazón ilustra el sentido de la palabra, y su lenguaje es suave, dulce, persuasivo y amoroso, todo amor. Para referir lo anecdótico, no hay forma más apropiada de expresión.
¡Qué oportunamente, con dejos de sentido acento, sin afectos ni lirismo, lo recordaba el fraterno amigo Villasante (el Siervo de Dios Clemente Villasante, párroco de Alcaudete de la Jara), en el introito de su meditada prédica, tan del caso, tan del lugar y tan del auditorio!
¡Bodas de plata! ¡Lo anecdótico de una vida, toda sacrificio en aras del ideal durante el transcurso de cinco lustros! Sobran los manidos tópicos; “en estas tierras de pan llevar”, basta con dejar hablar al corazón”.
“¿Qué pasa en Alcolea de Tajo? Rebrilla la casa rectoral, recién enjalbegada; han llegado los familiares del párroco. Hace dos días que se nota en ella desusado trajín… con motivo de la futura fiesta conmemorativa de la “boda del cura”.
8 de julio. Santa Isabel, reina de Portugal. Aprieta el solano que envuelve a los trajineros de la era en el áureo polvo del tamo al separarse de la paja. Muy de mañana, beldades femeninas y garridos mocetones, con el atavío de los días de fiesta pululan por las calles y encrucijadas, esperando el loco volteo de las campanas de la iglesia, que quiere ser alegre, y tal suena en sus oídos con lenguaje engañador, que las campanas de estos pueblos castellanos se fundieran para llorar el “Ángelus”, sobre los surcos, cuando el día muere y cantan los mozos aradores. También las amas y los conspicuos del pueblo, igualmente atezados, esperan y comentan. Son no pocos los que ineludiblemente embrazados por la siega, con el espíritu siguen hoy todos los movimientos del pueblo.
Ya pasó “La Blanca”; ha venido el señor arcipreste con nuestro don Laureano. También llegaron en ella los párrocos de Torrico, El Gordo y Valdeverdeja, acompañados del médico y boticario de los migueletes. No parece, como dicen con tanta insistencia ahora, que andan reñidas la ciencia con la fe… amigos de Puente; nuestro médico Acebedo.
Otro auto; el párroco de Alcaudete que viene a “predicar”; le dicen muy listo; pico de oro. Dos curas más; el bonachón de don Ismael y el ayuda de don Clemente (el Siervo de Dios José Rodríguez Avilés). Caballero jinete en su blanca jaca llega don Francisco. Este cura de Azután no necesita automóvil; es muy campero, y así de arrogante se presenta siempre.
No podía faltar; ya está ahí también el párroco de La Estrella y viene con el de Aldeanovita y otros dos menos conocidos de aquí. No es de extrañar, dicen los del comento; se lo merece todo nuestro don Antonio, que no falta a nadie.
¡Anda, ahora tres autos juntos! Por aquí, por la parte de Talavera… ¡ah!, sí, señorío de Madrid; también allí llega la influencia del señor cura… ¿Apuesta a aquel que baja primero, de tan significada prestancia, es el hijo del médico que murió, allá por cuando vino don Antonio? Como que lo es; la “gratitud” no podía faltar aquí en esta ocasión”.
“Ya lo creo; mucho más “compaña” que el día de la fiesta. Don Antonio, en medio; cómo no… Cortesías, distinciones a la puerta de la iglesia; “Aqua benedicta”.
Sin perder la sencillez y el encanto que tienen los presbiterios de las humildes parroquias de los pueblos, ¡qué hermoso está hoy el altar! Parece que la Virgen titular pugna por salirse de la estrecha hornacina y levanta más los brazos, señalándonos el cielo… Algo sublime, inunda ya el horizonte cristiano del templo. Nutrido coro de sacerdotes ha comenzado el canto y en el plano del altar hay más asistencias que cuando viene de visita el señor cardenal. ¡Simpática nota bizantina, todo color y severidad de la liturgia sagrada!
Entrecortados suspiros, emoción, alguna furtiva lágrima; oración que se eleva tras el incienso… El sermón; no intentamos, ni rozar siquiera, el canon que lo veda. Escribimos para EL CASTELLANO, cuya mejor ejecutoria es su acatamiento a las disposiciones de la Iglesia, y nada hemos de decir. Predicó el señor cura de Alcaudete, y ya es bastante; nos supo a poco.
Y después, el siempre nuevo e indefinible momento de la adoración en silencio profundo. Angelicales voces femeninas entonan el “Christus vincit”, “Christus regnat”… y a la Comunión el “Alma de Cristo” y para cerrar lo extrañanamente simpático y soberanamente avasallador: “¡Dios está aquí!”, el “Tantum ergo”, la estación del Santísimo. La bendición que con el Sagrado Viril deja caer sobre nuestras cabezas inclinadas el digno párroco, que pidió esta gracia a la que “benigne annuit” el vicario capitular, para quien, como para su eminencia…., hubo un “memento”.
Se repite la tierna y conmovedora escena de hoy veinticinco años. Ministros de altar, sacerdotes, amistades y pueblo todo, besan las consagradas manos de aquel joven sacerdote que ya orla sus sienes con la corona de la popularidad.
La popular liturgia, ahora ya de lleno presta calor y pone la obligada contera. El refresco, nota simpática de sentida fraternidad, verdadera democracia, reúne en casa del festejado lo heterogéneo del pueblo: ricos y pobres, altos y bajos, los que frecuentan la iglesia y los que abusan del verbo “vagar”, todos son espléndidamente obsequiados y atendidos como saben hacerlo Obeo y sus familiares.
Breves palabras del veterano y simpático maestro, que interpretó el sentir del pueblo, y breves y académicas frases de joven e ilustrado abogado y periodista Madrid, que cifran el de la leal y sincera amistad y compañerismo, cierran tras clamorosas ovaciones y vivas y hurras por don Antonio la fiesta de sus bodas de plata con la parroquia, en la que con lazada más fuerte estrechará la convivencia ya cordializada de párroco y parroquianos.
Termina el artículo con una nota bene. Para don Antonio Obeo. Entrañable compañero: intenté hacer una crónica de lo que vi y no ha acertado. Ahí va lo que supe; poner una nota discordante en el armónico concierto, pero puedo asegurarte que lo que llegó a los puntos de la pluma, pasó antes por mi corazón.
Antonio era natural de Segurilla (Toledo) donde nació un nueve de noviembre de 1875. Eran cinco hermanos: Antonio, Ángela, Vicente, Jesús y Félix. Sacerdote desde el 6 de junio de 1903. Tras los primeros destinos el 27 de octubre de 1920 el señor vicario capitular firma una serie de nombramientos entre los que está el del Siervo de Dios como encargado de La Estrella y Fuentes, en la provincia de Toledo. A los pocos años pasa a ejercer el ministerio en Alcolea de Tajo (Toledo).
Implicado en la defensa de los intereses de sus feligreses, meses antes de su muerte, el 10 de septiembre de 1935, escribe en “El Castellano” un artículo titulado “El trigo sin política o sobre la política”. En él comienza recordando que: “En los días 12 de julio y 21 de agosto de 1931, tuve el honor de que El Castellano, de Toledo, me insertara sendas crónicas, como “Opiniones de los pueblos toledanos”, una sobre “Las soluciones más convenientes al problema agrario” y otra sobre “La parcelación en orden a la propiedad”. Dedicaba dichas crónicas a los diputados por Toledo, sin distinción de matices políticos, como fruto de un humilde e imparcial criterio, que mereció las alabanzas de muchos y el respeto de todos, tal vez por estar inspiradas en las normas paternales de Su Santidad Pío XI, a cuyo sometimiento invita a gobernantes y gobernados, mediante un cambio, si fuera necesario, en el corazón y las costumbres…”
La doctrina que, en los tres artículos referidos, ofrece el Siervo de Dios se puede leer aquí.
Es curioso que cuando en muchos lugares se critica a los curas porque se dice que estaban junto a los explotadores y, alejados del pueblo, nuestro don Antonio termina su extenso artículo del 10 de septiembre de 1935 afirmando: “Así, pues, los que por nuestra profesión estamos en íntimo contacto con el humilde pueblo de los campos, y percibimos los latidos del corazón en la vida de los labradores de la tierra, de esta tierra, madre de la humanidad en todos sus aspectos, no podemos menos de observar sus lamentos ante el abandono de que se creen víctimas cuando los poderes públicos no les amparan en sus derechos, o no encuentran remedio oportunamente a sus necesidades; y nos damos cuenta con honda tristeza de cómo se va atrofiando esa arteria tan indispensable a la vida social”.
Hombre entregado por completo a sus feligreses llega la hora de su martirio tras el estallido bélico antes de cumplirse el primer mes de guerra.
Según narra don Juan Francisco Rivera en sus notas recogidas nada más terminar la guerra: “El día 24 de julio de 1936 le fue arrebatada la sotana por los marxistas, dejándole en un principio en la casa rectoral, donde estaba en calidad de prisionero, recibiendo continuamente los insultos y las burlas de sus verdugos. A los pocos días el Comité Local le ordenó que desalojase la casa y que saliese del pueblo, marchándose entonces a vivir al campo, pernoctando en casa de un feligrés. Esto era todavía poco. Como en su penuria no pudiese dar al Comité el dinero que le exigía, hubo de retirarse al monte ante su mandato, y estando en la finca denominada “El Bercial”, fue de nuevo apresado por individuos pertenecientes al comité rojo local, quienes obligándole a subir a un camión le llevaron entre insultos y calumnias al Puente del Arzobispo, dirigiéndose a La Estrella, y siendo fusilado el 14 de agosto cerca de Aldeanueva de San Bartolomé”.