FLORENTINO RUANO MAESO
Catedral de Toledo

Nació en Toledo el 10 de julio de 1881. Tras realizar los estudios en el Seminario de la ciudad Imperial, recibió la ordenación sacerdotal de manos del cardenal Gregorio Aguirre y García, el 23 de marzo de 1912. El 10 de abril celebró su primera misa en el Convento de la Concepción de Toledo. El sermón estuvo a cargo del siervo de Dios Agustín Rodríguez, que también sufrirá el martirio en el verano de 1936.
Nombrado coadjutor de la parroquia de Santiago Apóstol de Toledo; en 1913 fue destinado a Brihuega (Guadalajara), también como coadjutor. Un año después pasó a Yébenes y Marjaliza; en 1917 pasó a Val de Santo Domingo.
De su paso por este último destino se conserva la siguiente crónica en El Castellano. Es del 23 de mayo de 1917:
“Comunión de niños. Con más suntuosidad, si cabe, que en años anteriores, se ha celebrado la Primera Comunión de los niños de esta parroquia. La iglesia estaba artísticamente adornada, llamando la atención la combinación de plantas y luces que ostentaba el altar mayor. Antes de la Comunión pronunció un sentido fervorín nuestro nuevo coadjutor D. Florentino Ruano, y después de la Comunión los niños recitaron preciosos versos alusivos al acto. Merecen la enhorabuena el mencionado Sr. Ruano, que en breve tiempo que lleva entre nosotros ha conquistado ya muchas simpatías, y todos cuantos cooperaron a este hermosa fiesta”.
Luego en 1919, fue destinado a Los Navalucillos; y, un año después, a San Martín de Pusa, siempre como coadjutor. Finalmente, regresó a la Ciudad Imperial y pasó a pertenecer al clero catedralicio. 
En el “Anuario Diocesano” del Arzobispado de Toledo de 1930 se nos dice que el siervo de Dios servía como sacristán segundo en la Muy Ilustre Capilla Mozárabe en la Catedral Primada.
En la Catedral además será capellán de la misa de doce.
Vivía junto con sus ancianos padres.
Cuando estalla en la persecución religiosa, llegada la madrugada del 3 de agosto de 1936, llegan los milicianos a su domicilio y lo detienen. El sacerdote va quejándose todo el camino del abandono en que van a quedar sus ancianos y desvalidos padres. Los marxistas, por su parte, que desde el principio han hecho de sus asesinatos una vía para robar todo lo que pueden, lo engañan prometiéndole liberarlo si les informa sobre el lugar donde guarda sus ahorros. El sacerdote, cegado por la caridad hacia los suyos, no ha calado en la brutalidad de sus captores y se lo explica.
Mientras tanto, acaban de llegar al Paseo del Tránsito y, al descubrir las verdaderas intenciones de aquellos desalmados, Don Florentino les pide unos minutos para prepararse a morir y con una serenidad pasmosa les ruega de nuevo:
-Haríais mejor en dejarme, porque tengo que mantener a dos ancianitos que no tienen más auxilio que el mío.
Pero, ahora sí, teniendo claro lo que va a suceder, no espera respuesta y sigue diciéndoles:
-Yo os perdono a todos. Podéis disparar. 
En el clarear de las primeras luces, el silencio de las calles recoge una sonora descarga: ¡un mártir más cae en el Tránsito! Los asesinos, envueltos en las últimas oscuridades, regresan al domicilio del sacerdote y despojan de sus pertenencias a los pobres ancianos, que sin más explicaciones, y en un mar de lágrimas, quedan sólo con el dolor por el asesinato de su hijo.