CIPRIANO SANTOS GARCÍA-VALERO
Capellán de la finca del Calderín

Cuando estalla la persecución religiosa, en los días de la guerra civil, la parroquia de Los Yébenes contaba con cinco mil seiscientos treinta feligreses. En ella residían un ecónomo, don Jesús Martín Díaz y dos coadjutores, don José Gómez Ríos y don Félix Calleja Blas (NM /132). Además en el pueblo se encontraban don Miguel Torija Pérez y el religioso franciscano, Fray José María López Antona (N/M 143). Finalmente, en la finca del Calderín, propiedad de los Marqueses de Cañada Honda, ejercía como capellán don Cipriano Santos Díaz-Varela.
La postulación apenas conserva datos de don Cipriano. Siempre dedicado al mundo de la enseñanza: entre 1918 y 1923 ejerce como profesor especial y numerario de caligrafía en el Instituto General y Técnico de Huelva. La Vanguardia del 20 de septiembre de 1923 informa que “se le nombra en virtud de concurso de traslado, profesor numerario de Caligrafía del Instituto de Cáceres, anunciándose la provisión de la vacante resultante en el Instituto de Huelva”. El mismo periódico con fecha del 16 de febrero de 1924 informa que “se ha accedido a la permuta entablada entre los profesores de Caligrafía de los Institutos de Lérida y Cáceres, respectivamente, don Félix Gañán González y dan Cipriano Santos Díaz-Varela”. También aparece mencionado como profesor de Religión. Cuando estalla la persecución religiosa lo encontramos como capellán de la familia Drake en una finca de Los Yébenes.
Cuenta Alfonso Bullón de Mendoza en el artículo “Aristócratas muertos en la guerra civil española” publicado en “Aportes. Revista de Historia Contemporánea” (nº 44 -2000) que Francisco de Paula Drake y Fernández-Duran, II marqués de Cañada Honda, se encontraba en la finca “El Calderín” cuando el 23 de julio “aparecieron a las seis de la tarde tres camionetas de Los Yébenes y Madridejos, ocupadas por unos 50 hombres armados, y en actitud descompuesta y violentas asaltaron la casa, saqueando y robando cuanto hallaron a su paso”. Detenido con varios de sus hijos, fue trasladado a la iglesia de Santa María de Los Yébenes, de donde se le sacó para ejecutarle el 4 de agosto de 1936. La misma suerte corrieron dos de sus hijos y uno de sus yernos: Manuel y Rafael Drake y Santiago, de 23 y 17 años, y Carlos Martínez Repullés de 21 años.

En su magna obra “La persecución religiosa en la Diócesis de Toledo”, don Juan Francisco Rivera nos narra que “en la misma finca dispararon los marxistas sobre el capellán, don Cipriano Santos Díaz-Varela y herido de un brazo, fue traído hasta el pueblo, quedando recluido en la iglesia de San Juan, de donde pasó encarcelado a una escuela. En vista de que era inhumano que no se prestase al herido auxilio médico alguno, el 24 de julio marchó a protestar ante las autoridades locales el Siervo de Dios Félix Calleja, uno de los coadjutores, más en la vía pública cayó herido por los disparos de los marxistas; pudo todavía refugiarse en su domicilio, donde, desangrado y a consecuencia de las heridas, falleció a las pocas horas del atentado. 
Al enterarse el sacristán de la parroquia de Santa María la Real de Los Yébenes, el Siervo de Dios Julián Sánchez-Garrido (NM/55), del asesinato del sacerdote, y entonces, previendo lo que le iba a ocurrir a él, salió y a los pocos metros se topó con unos milicianos, a los que dijo: “-Así no se mata a los hombres”, refiriéndose a don Félix. Como respuesta frente a la misma iglesia de Santa María, le dispararon a él. Estuvo agonizando en la calle más de una hora, sin permitir los verdugos a personas o familiares o personas ajenas que se acercarán y prestarán auxilio. Ya de noche lo llevaron en un volquete al cementerio. Así acababa la jornada de la víspera del Apóstol Santiago.

Finalmente, a los pocos días fallecía don Cipriano, fusilado en el local que le servía de cárcel, por un individuo que después era asesinado en la plaza pública por los mismos marxistas por discordias surgidas entre ellos.
El otro coadjutor, don José Gómez Ríos pudo salvarse en la población de Villarrobledo (Albacete) junto a su familia. Bastantes seminaristas naturales del pueblo no sufrieron persecución particular. Al comenzar la revolución los marxistas se incautaron de las llaves de todos los edificios destinados al culto, que saquearon, destruyendo los órganos, bastantes altares y muchas imágenes.
Con las ropas se sirvieron para parodiar sacrílegamente acciones del culto o profanarlas para usos indignos. En ambas iglesias (de Sta. María la Real y San Juan), donde estaba el Santísimo reservado, los saqueadores descerrajaron los Sagrarios y apoderándose violentamente de los copones, arrojando por la tierra las Sagradas Formas.