ROBUSTIANO NIETO RIVERO
Capellán de la Mata (Toledo)
Nacido en Consuegra (Toledo) el 24 de mayo de 1878. Recibió la ordenación sacerdotal el 19 de diciembre de 1903, de manos de monseñor Isidro Badía, recién nombrado obispo auxiliar de Toledo. Tras sus primeros nombramientos, “El Castellano” publica, el 11 de mayo de 1912, un artículo con el titular “Concurso toledano”. Allí podemos leer: “Aun cuando muchos de los agraciados tienen ya noticia, por carta particular, del lugar que ocupan en las ternas remitidas por nuestro Eminentísimo Prelado al Ministerio de Gracia y Justicia, las publicamos para conocimiento de nuestros lectores y por haber sido ya aprobadas. Para la parroquia… de Gamonal y Casar de Talavera, a D. Robustiano Nieto Rivero…”.
Después de más de veinte años en dicho destino es trasladado a La Mata (Toledo).
Meses antes del estallido de la guerra civil, el 26 de marzo de 1936, a don Robustiano se le comunica desde el Arzobispado que atendiera Carmena, pues el cura ecónomo, Cecilio Talavera había tenido que dejar el pueblo. Sin embargo, el propio Robustiano Nieto tuvo que abandonar por esos días La Mata, marchando a Consuegra, debido a las amenazas, saliendo sin que nadie se diera cuenta.
Es Miguel Ángel Dionisio Vivas en su obra “El clero toledano en la primavera trágica de 1936” (páginas 195-196 Toledo, 2014), quién recoge en el apéndice documental una carta de don Robustiano Nieto Rivero escrita, el 30 de marzo, desde Consuegra.Respetable Señor [Gregorio Modrego, que era el Secretario de Cámara del Arzobispado]:
Por la presente le comunico que hoy he tenido que abandonar la parroquia de La Mata, obligado y amenazado, he tenido que salir sin que nadie se diera cuenta por las amenazas […]. Después de muchos insultos de que he sido objeto, le copio a continuación la carta recibida hoy.
Un membrete “Sociedad Obrera Socialista de La Mata (Toledo).
Señor Cura, le damos veinticuatro horas de prórroga para que abandone este pueblo; y desde luego si así no lo hace, aténgase a las consecuencias, así es que luego no diga que no le hemos avisado. Nada más. Esperamos que así lo haga. No admitimos reclamación alguna. Salud, República y Revolución. La Mata, veintinueve de marzo de mil novecientos treinta y seis”.
Y termina el sacerdote en su misiva diciendo:
“Hay un sello de la Sociedad Obrera Socialista de La Mata (Toledo), firmado por dos individuos con letra ilegible, los conocedores de la letra decía que son el presidente y el secretario de la sociedad. Esta es la copia literal de la carta.
Puede comprender como me encontraré con este contratiempo y yo que tengo una afección cardiaca muy desarrollada no sé lo que me podría ocurrir. Le comunico esto, como ya le indicaba algo al decirle no podía ir a Carmena y queda suyo affo. en C. J.”.
El 1 de julio a don Robustiano se le comunica que debe ir a Las Ventas con Peña Aguilera. Escribirá nuevamente a Modrego para informarle de que acababa de tomar posesión, el día 10, de la parroquia, como ecónomo. El ecónomo de esta localidad, don Petronilo Vargas Ovejero, había tenido que salir de la parroquia, porque la permanencia en Las Ventas era insoportable, trasladándose a Toledo, donde fue asesinado probablemente el 18 de septiembre.
Ese era el ambiente generalizado.
Tomada posesión de la parroquia, ni el ecónomo ni don Pedro Gutiérrez fueron molestados hasta el domingo, 19 de julio, en que al dirigirse al templo para rezar el santo rosario, los milicianos les obligaron a volver a su domicilio. Todavía el 20 intentaron celebrar la Santa Misa, pero nuevamente y con peores modos se les impidió, imponiéndoles además que no salieran de su casa y prohibiéndoles trasladarse a Consuegra.
El 27 irrumpieron los marxistas en el templo, y cuando burlando la orden impuesta, don Robustiniano se presentó entre ellos para sumir el Santísimo, le arrojaron de allí, “la iglesia es del pueblo y el cura aquí no pinta nada”, le espetaron.
La vida se hacía cada vez más angustiosa. Los dos sacerdotes habían intensificado sus ejercicios de piedad, sobre todo don Pedro se pasaba muchas horas de oración ante el crucifijo de la mesa del despacho.
Con ellos estaba la sirvienta, que nos ha proporcionado los datos que anotamos [Juan Francisco Rivera Recio, La persecución en la diócesis de Toledo. Tomo II, página 212 (Toledo 1958)]. Comentando en cierta ocasión los acontecimientos, don Robustiniano aseguraba que serían asesinados, y apretando la sotana dijo: “Por ésta vamos a morir”. “Pues, quítesela”, le decía la sirvienta. “Jamás usted ni nadie me ha visto sin sotana, ni aquí ni en ninguna parte. La Iglesia me la dio y cumpliré con ella: ésta será mi mortaja. No hay que tener pena. Si la muerte llega, el Cielo lo permite. Las espigas se cortan cuando están en sazón”.
En alguna ocasión don Pedro se encontraba profundamente turbado: “Pedro -le decía el ecónomo- cada uno lo sienta para sí y no apure a los demás. Dios tiene preparado lo que haya de venir”.
Habían pensado entre sí que si los milicianos llegaban a darles muerte, sacándolos del pueblo, les pedirían que los martirizasen en el propio domicilio, ordenando entonces a la sirvienta que se encargase de recoger sus cadáveres y que procurara que fueran trasladados a Consuegra; que se les aplicaran las misas gregorianas y que se celebrasen funerales por los padres de ambos.
Presintiendo el fin, el 27 de julio don Robustiano se despedía de sus hermanos por carta, en la que recomendaba conformidad, terminando con un “¡Viva Cristo Rey!”.
Al día siguiente, 28 de julio, llegó el momento previsto. Habían rezado juntos el santo rosario, cuando vieron llegar a la turba; entonces se subieron al piso de arriba y mandaron a la señora que les atendía cerrar bien la puerta.
Los rojos cercaron la casa e intentaron entrar, pero en vista de que no se les abría, recurrieron a las hachas y rompieron la puerta. Don Pedro desde el balcón, había procurado entretanto calmarles hablándoles; un disparo lanzado desde la calle le dejó malherido.
Acabaron de forzar la puerta y como fieras se lanzaron hacia el lugar donde don Pedro se encontraba caído en un charco de sangre, pero con vida. Don Robustiniano les salió al encuentro en la escalera; le conminaron a que diera un grito revolucionario, a lo que él respondió: “Yo diré: ¡Viva Cristo Rey y viva nuestra Religión!”. Insistieron ellos todavía, apuntándole con las pistolas. “Os perdono -les dijo-. Esperad que os bendiga”. Pero los milicianos dispararon y quedó muerto en el acto.
Sobre don Pedro cayeron después ensañándose. Parece que con un tenedor le sacaron los ojos.
Los cadáveres fueron luego paseados por el pueblo en un carro de basura, al que daban guardia los milicianos revestidos con las sotanas de los sacerdotes.
Enterrados en el cementerio municipal, después de la contienda, fueron trasladados al cementerio de Consuegra, como ellos deseaban.
Incautados los marxistas desde los primeros días del templo parroquial y de las ermitas de la Virgen del Águila, Santa Lucía y del Milagro, las saquearon a mansalva […]. Once retablos que poseía la iglesia fueron despedazados, siendo muy sensible la pérdida del altar mayor, magnífica obra renacentista, de doce metros de altura; todas las imágenes existentes, que pasaban de cincuenta… perecieron juntamente con los ornamentos y ropas litúrgicas. [Juan Francisco Rivera Recio, La persecución en la diócesis de Toledo. Tomo II, páginas 213-214 (Toledo 1958)].