FRANCISCO JAVIER MORENO MARTÍNEZ
Párroco de Cebolla (Toledo)
Comenzamos esta serie sobre el siervo de Dios Francisco Javier Moreno Martínez, párroco de Cebolla (Toledo), que sufrió el martirio en los días de la persecución religiosa en Madrid. Juan Francisco Rivera -primer martiriólogo de la diócesis- dice de él, que era “un enérgico defensor de los derechos de la Iglesia”. Amante de la pluma, los más de treinta artículos publicados en “El Castellano” lo demuestran con creces.
El siervo de Dios nos sorprende desde el minuto uno cuando comenta, ni más ni menos, que el “Amo del mundo” del sacerdote inglés Benson. Cuarto hijo del entonces arzobispo de Canterbury, Robert Hugh Benson (1871-1914) se convirtió al catolicismo y se ordenó sacerdote en Roma. El libro fue publicado en 1907. Recordamos que se trata de la novela que el Papa Francisco ha recomendado leer públicamente en dos ocasiones; una ficción apocalíptica con cuya lectura también Benedicto XVI quedó impactado.
Don Francisco Javier hace su recensión en 1914 (aparece en febrero y el autor inglés fallecerá en octubre). Dice así:
« […] Inmediatamente empecé su lectura, leyéndola con gran interés y atención esmerada. Sus páginas volaban, por lo que, a pesar de sus repletas 434, pronto se vio el cabo. ¿Impresión? Estupenda.
“El amo del mundo” es genial, de colosal fuerza. Su autor, el sacerdote inglés Roberto Hugo Benson, se muestra en ella tal cual es, estilista maravilloso, pensador profundo y vidente condensador de las maléficas doctrinas desparramadas en el mundo, plastificándolas maravillosamente en el “Humanitarismo”, la nueva religión, ¡la terrible enemiga del Catolicismo! que, con sacudidas de infierno, pugna por vertiginosa y totalmente derrocarle, por su jefe el gran Felsemburhg, ¡el fatídico y subyugador personaje! -misteriosa encarnación del espíritu del mal- que casi totalmente lo consigue, haciéndole pasar por calamitosísimas fases...
Yo considero esta novela como una producción de un vidente filósofo que se ha esforzado -como él mismo confiesa en sus “Cuatro palabras al lector”- en exteriorizar del mejor modo que le ha sido factible, las altas concepciones que en su mente bullían… una obra que considero honra esclarecida de la literatura católica, por lo que a su preclaro autor, hermano en el sacerdocio, ex toto corde (de todo corazón), felicito».
En 1914 publica una obra titulada: “Manera práctica de llevar los niños a la comunión diaria”. En la publicidad de la edición se nos dice que el presbítero Javier Moreno Martínez pertenece a la Unión Apostólica del Clero.
En 1862 surge la Unión Apostólica del Clero, fundada por Víctor Lebeurier (1832-1918) en París. Nace con un carácter marcado por la espiritualidad ignaciana y la devoción al Sagrado Corazón, que conservará hasta el último tercio del siglo XX. La Unión Apostólica, en sus inicios se configuró como una ayuda práctica para el sacerdote en su vida de piedad y un intento de vida en común que fracasó. Paradójicamente, la vida en común del clero, que motivó el nacimiento de la asociación, fue una de las facetas que menos éxito obtuvo entre los asociados. Uno de los miembros más reputados fue San Pío X, que en el breve “Cum nobis” del 28 de diciembre de 1903, colma de elogios a la “Unión Apostólica”, aludiendo a su pasada pertenencia a dicha asociación.
En España se expandió durante los últimos años del siglo XIX y los quince primeros del siglo XX. En septiembre de 1910 monseñor Lebeurier encargó a don Enrique Reig, presidente del centro de Madrid, que convocará en la capital una Asamblea Nacional. (Santiago Casas, La Unión Apostólica del Clero en España, publicado en 2003 en Salmanticensis 50, páginas 353-370). Así que, nuestro protagonista queda ligado a la Unión Apostólica desde sus inicios
Respecto a su obra “Manera práctica de llevar los niños a la comunión diaria” se trata de tres memorias aprobadas por el XXII Congreso Eucarístico Internacional, que tuvo lugar en Madrid del 25 al 30 de junio de 1911. El celebérrimo “Cantemos al Amor de los amores” fue el himno oficial de este Congreso.
Años después, según podemos leer en los periódicos “El Correo Español” y “El Siglo futuro”, volverá a intervenir con el mismo tema en el XXV Congreso Eucarístico Internacional que se celebró en Lourdes del 22 al 26 de julio de 1914. El siervo de Dios tuvo su ponencia el 24 de julio.
La importancia de este trabajo queda recogida en este recorte del periódico “El Siglo Futuro”. Es del 29 de junio de 1935 y su libro seguía apareciendo en las listas de libros interesantes.
Retomamos el tema sobre los artículos que el siervo de Dios escribe en “El Castellano”. La primera curiosidad es que gracias a que pone casi siempre junto a su firma el destino en el que se encuentra, podemos recorrer las parroquias en las que trabajó: Villarrobledo (Albacete), Pepino y Cervera, Aldeancabo de Escalona, San Martín de Montalbán, Villaseca de la Sagra, Camuñas y, finalmente Cebolla.
Escribe sobre temas tan variopintos como: la autonomía de los pueblos; el cambio de hora; el ferrocarril central de la Mancha o la preocupación de educar a los adolescentes. En ocasiones escribe dando las gracias por iniciativas o artículos de otros. También mantuvo durante dos años una polémica con el fundador del “Buen Amigo”, el sacerdote Federico González Plaza, por disquisiciones en el tema de los Sindicatos Católicos.
Sin embargo, lo más curioso que me he encontrado hasta ahora en estos casi veinte años de trabajo es una columna que publica con el título de “Pasatiempos” y el subtítulo de: “Cosas de niños”, que no son sino chistes que nos permiten descubrir la normalidad de nuestros mártires. Son sencillos, pero os esbozaran una sonrisa:
«Dicen que un niño, a quien su mamá preparaba -ayudándole el examen de conciencia- para su primera Confesión, que no tardando iba a realizar, como al llegar al séptimo mandamiento le dijera:
-Mira, hijo mío, mira. Aquí, en este mandamiento, debes recordar si has quitado alguna cosa…
El niño, consternado, contestó:
-¡Ay, mamá! Aquí tengo que confesarme de medio pecado.
-¿Cómo, hijo mío, dijo la mamá -esforzándose en contener estrepitosa carcajada-, cómo es que tienes que confesarte medio pecado?
-Sí, mamá, contestó el niño apesadumbrado y con naturalidad inocente: porque un día abrí la despensa, cogí medio chorizo y me lo comí.
Pero lo más chusco del caso fue que un hermanito más pequeño añadió muy compungido:
-¡Ay, mamá; el mío era el entero!».
Cien duros, según la cuenta,
Te debía Antón Delgado,
Y te paga con cincuenta
Porque tuerto se ha quedado.
Tómalos, tómalo luego
Y no te andes con reproches,
Que si Antón se queda ciego
Te quedas tú a buenas noches.
«Un papá, muy enfurecido, dijo a su niño:
-Estás hecho un borriquito.
El niño, con espontaneidad candorosa, le preguntó:
-Di, papá, y los papás de los borriquitos, ¿qué son?».
Interesante de sus años de párroco en Camuñas, más de una década (en los años 20 del siglo pasado), es este artículo publicado en “El Castellano”, el 18 de junio de 1930, con el títuloUn Corpus como no hay otro. EL CORPUS DE CAMUÑAS
«¿Te choca, lector, el epígrafe? No te extrañe. No hay exageraciones en ello. Habrás visto “Corpus” solemnísimos, suntuosos. Toledo, Granada, Sevilla…
El de Camuñas, es “sui generis”. Como él no hay otro.
Cien, entre mozos y casados, toman parte activa en él.
Unos son “danzantes”, otros son “pecados”.
Así se llaman, aquí, vulgar y sencillamente. Danzantes y pecados, son dos Cofradías que mutuamente se completan formando en actividad una sola.
Los “danzantes” danzan, tanto en la iglesia como en la procesión, delante del Santísimo Sacramento.
Los “pecados” toman parte en la procesión. Representantes de los pecados y herejías, no pueden entrar en la iglesia, estando a la puerta, por fuera, mientras la solemnísima función bramando o aullando y con las adornadas varas que llevan como pugnando por entrar y vencer en la iglesia ante la cual resultan impotentes.
En la procesión, marchan los danzantes en mayor o menor número, en dos filas, delante del Santísimo Sacramento, vistosamente vestidos, tocando enormes sonajas y danzando al compás que marca un tambor, dirigidos todos por el “de la porra”.
Todos llevan tanto “danzantes” como “pecados”, cubierta la cara con grotescas caretas que figuran la faz de monstruosos animales.
Desde determinados sitios, en la solemnísima procesión del Santísimo Sacramento, llevado bajo magnifico palio de seis elegantes varales, que hace tres años fue comprado entre todo el pueblo, vienen los “pecados” uno por uno vestidos muy elegante y vistosamente, corriendo y bramando o aullando hacia la Sagrada Custodia, ante la cual, y a tres pasos, caen de rodillas al mismo tiempo que se descubren la faz.
Los altares que en el trayecto de la procesión se levantan son varios y muy elegantes.
Los cargos y nombres más simbólicos son: “El Judío mayor”, “El alcalde”, “El capitán”, “El Pecado mayor”, “La madama”, “Los novicios”, “Hocico de Cochino”, “La Pecá mayora”, “El del Correón”, “Las Mayordomas”, “El Mayordomo”, “El tambor y la porra y escopeteros y la pecailla”.
Es condición precisa que se cumple con exactitud para poder tomar parte en estas cofradías la de haber cumplido con la Iglesia como buenos católicos.
Cada vez que se toma o deja la Sagrada Custodia, y a cada genuflexión, suena una descarga de pólvora.
Lo mismo se hace el día del Corpus y el domingo siguiente o sea el domingo de la infraoctava.
Más escribiría, pero la falta de tiempo me lo impide.
He de acabar con una afirmación. Todo cuanto se hace [es] con una gran formalidad en honor del Santísimo Sacramento.
Es menester que desaparezcan los equivocados juicios que entre los que no la han visto existen.
Salvador Rueda, cuando describió esta fiesta en “Actualidades” (8 de junio de 1902) que tengo a la vista, estuvo en algunas cosas exagerado e inexacto.
De tan antiquísima y especial fiesta solo se puede formar juicio viéndola.
La fiesta empieza a las diez de la mañana.
Hoy Camuñas tiene excelente comunicación. De Madrid, diariamente, sale un magnífico auto muy capaz a las seis y media de la tarde, llegando a Camuñas a las diez de la noche y regresa a las seis de la mañana para llegar a Madrid entre nueve y nueve y media. El auto correo, saliendo de Villacañas a las seis y media de la mañana, llega a Camuñas a las ocho u ocho y media».
Cuando lleguen los días de la persecución religiosa encontramos a don Francisco Javier Moreno siendo párroco de Cebolla. Nuestro protagonista era natural de Horche (Guadalajara) y fue asesinado, en Madrid, en las sacas de noviembre de 1936, a los 58 años. Había nacido, pues, en 1878 y recibió la ordenación sacerdotal en 1902.
De él, como recordábamos en la primera entrega, decía don Juan Francisco Rivera que era un “enérgico defensor de los derechos de la Iglesia, hubo de luchar denodadamente desde que, a raíz de las fraudulentas elecciones de febrero [del 36], se constituyó el Ayuntamiento frentepopular”.
El 26 de julio de 1936, al ir a administrar los últimos Sacramentos a una enferma, fue detenido y encerrado en una habitación de su propio domicilio. Allí hubo de presenciar escenas vergonzosas que se desarrollaban en la misma casa rectoral.
El primer día de agosto, vestido de seglar y acompañado por los milicianos hasta la estación de ferrocarril, tomó el tren en dirección a Madrid, adonde llegó sin novedad. Durante algún tiempo vivió allí en libertad. Después desapareció. Parece ser que estuvo en la cárcel, de donde es probable que fuera sacado en alguna redada y fusilado” (Juan Francisco Rivera Recio en La persecución en la Diócesis de Toledo. Tomo II, página 146-147. Toledo, 1958).
Sin embargo, lo cierto es que un sobrino suyo, también sacerdote, declara en 1939 [registrada en la “Causa General”] que don Francisco Javier fue detenido el 15 de octubre de 1936 y sacado de la pensión en la que estaba en la calle de Esparteros nº 6 (de Madrid)… “supone que de este domicilio a la Dirección General de Seguridad pasando a la Cárcel Modelo (seguro) donde desapareció en las expediciones del mes de noviembre [el día 3]… El interfecto era natural de Horche (Guadalajara) de 58 años de edad, hijo de Zoilo y de Sebastiana, ambos difuntos. De estado soltero…”.
La portera del edificio, Pilar Martínez Redondo, da el nombre del párroco de Cebolla entre los detenidos del 15 de octubre de 1936, ya que “al presentarse las milicias pistola en mano la obligaban a dar el nombre de los habitantes de la casa”.
De modo que el párroco de Cebolla fue detenido el 15 de octubre de 1936 en la pensión de Madrid y fusilado el día 7 de noviembre de 1936 en Paracuellos y sacado de la Modelo, según consta en la lista del oficial de prisiones -de la Modelo-, que Valenciano, después de la guerra declaró ante la Causa General y dio una larga lista de presos sacados los días 6, 7 y 8 de noviembre de la Modelo y otros muchos de otras prisiones. [Su declaración está en la Causa General 1511, Tomo I-IV, cárcel Modelo, folio 692vto. donde aparece éste sacerdote].
El gran holocausto de Paracuellos consistió en las ejecuciones masivas organizadas durante la batalla de Madrid que llevaron a la muerte a cuatro mil personas, según José Manuel Ezpeleta. Los hechos se desarrollaron en dos lugares cercanos a la ciudad de Madrid: los parajes del arroyo de San José, en Paracuellos de Jarama, y en el Soto de Aldovea, en el término municipal de Torrejón de Ardoz.
Las ejecuciones se realizaron aprovechando los traslados de presos de diversas cárceles madrileñas, conocidos popularmente como sacas, llevados a cabo entre el 7 de noviembre y el 4 de diciembre de 1936, mientras se enfrentaban las tropas gubernamentales y franquistas por el control de la ciudad. Del total de 33 sacas de presos que tuvieron lugar en las fechas citadas, 23 de ellas terminaron en asesinatos: las de los días 7, 8, 9, 18, 24, 25, 26, 27, 28, 29 y 30 de noviembre y las del 1 y el 3 de diciembre.
No hemos podido conseguir una fotografía de don Francisco Javier Moreno, que seguro que sale en esta procesión del 8 de septiembre de 1934, año en que él era párroco de Cebolla.
Cuando fue detenido el párroco inmediatamente fue incautado el templo parroquial. Antes las imágenes fueron bajadas de sus hornacinas y altares y encerradas todas en la sacristía y esto con gran cuidado y con la mira de que, cuando viniesen los milicianos forasteros, no causaran destrozos en ellas. Además “los habitantes del pueblo hicieron guardia durante semanas y meses ante la ermita de San Illán, donde veneraban a la Virgen de la Antigua, su Patrona, para evitar una segura profanación de los milicianos de otro pueblo” (Jesús Simón Pardo, “La devoción a la Virgen en España: historias y leyendas”, página 59. Madrid, 2003).