ANGEL PINTO GARCÍA
Ecónomo de El Membrillo
Ángel Pinto García era natural de Los Navalucillos, nació el 9 de agosto de 1905, sus padres se llamaban Jacinto y Paula. Ingresó en el Colegio de vocaciones eclesiásticas de Toledo (que en 1926 pasará a llamarse Seminario Menor de Santo Tomás de Villanueva); luego pasó al Conciliar de San Ildefonso.
El 21 de septiembre de 1929 recibió el diaconado de manos del Cardenal Primado, monseñor Pedro Segura Sáez. Meses después, el 5 de enero de 1930, a las seis de la mañana -recogen las crónicas de “El Castellano”- recibió la ordenación sacerdotal, en la capilla pública del Palacio Arzobispal de manos del Cardenal Pedro Segura Sáez. Cantó misa en Los Navalucillos el 16 de enero.
El sacerdote Ángel García de Blas escribe una larga crónica para “El Castellano”, que apareció publicada el 31 de enero de 1930. Con el título de “Impresiones hondas. Para Ángel Pinto y García, en el día de su primera misa”.
«No se han borrado, ni se borrarán en mucho tiempo las impresiones recibidas en el día de tu primera misa. Pocas veces se juntarán los corazones de un pueblo, para unánimes alegrarse y llorar, como tu pueblo se alegraba y lloraba en el día de tu primera misa; en ese día que levantabas la mano por primera vez, para bendecir aquellos ancianos que te vieron correr de niño; aquellos jóvenes que contigo jugaron en los días de la niñez y aquellos niños que se apretujaban junto al altar muy cerca de ti, viendo y observando las solemnes ceremonias de tu primera misa. No me sorprendieron las lágrimas que vi deslizarse por tus mejillas en varias ocasiones, y de modo especial en aquellos momentos cuando en medio de tus padrinos desfilaba ante ti, como sacerdote del altísimo, el pueblo en masa; todos, todos llorábamos de alegría y contigo latía nuestro corazón al impulso del amor más entrañable, cuando tus brazos estrechaban muy fuertemente como si de nuevo quisieras fundirte con ellos y adentrarte en su alma, aquellos tus buenos padres, que no sabían separarse de ti, y que al llorar reían; y que en aquellos besos de tus manos, daban pedazos del alma que ofrendaban a su hijo, sacerdote de Dios y en aquellos abrazos, eran su alma entera ofrenda al hijo que tan felices los hacía en aquellos momentos. No olvidarás, no, aquel homenaje de cariño, de reverencia, de amor intenso, de tus buenos hermanos que contigo se alegraban y que tan felices les hacías.
Los tuyos y el pueblo no pudieron hacer más; tu pueblo, parecía otro pueblo, ese día no lo olvidarán; los niños de hoy, mañana viejos, lo recordarán con intensa emoción y los viejos de hoy se lo recordarán a los niños de mañana. Al impulso de la palabra cálida y fervorosa del orador, los corazones de tu pueblo, hecho un solo corazón se postró de rodillas, para pedir a la Virgen de la Salera, a la Virgencita que vela por tu pueblo, para que por largos años fuera tu ministerio fecundo y lleves muchas almas a los pies de Jesús; en justa correspondencia, no te olvides de pedir siempre por ellos; difícilmente encontrarás corazones que de modo tan intenso manifestaran su alegría y el cariño como lo manifestó tu pueblo en el día de tu primera misa.
La misa. Cuando los automóviles de los invitados de los pueblos circunvecinos llegaban al simpático y laborioso pueblo de Navalucillos en la mañana del día 16, observaba el ajetreo y alegría de los días de gran fiesta; en lo alto de la torre ondea al viento una bonita bandera colocada el día anterior entre el alegre repicar de las campanas y el estampido de los cohetes; se observa una animación extraordinaria y una inusitada alegría en los semblantes de todos.
Un hijo del pueblo canta su primera misa, la generación actual no ha visto, ni conocido caso igual y ansían el momento y lo consideran como gloria de todos y una alegría general del pueblo. Al repique y volteo de las campanas, se unen los aplausos y los vivas y es imponente el aspecto de las calles y de la iglesia a las diez de la mañana, momento de trasladarse todos los invitados con el nuevo sacerdote y familia desde su casa a la parroquia, que es muy pequeña para este día y para tan hermoso acto.
Como padrinos de capa, le acompañaron los señores párrocos del pueblo y de Navahermosa; como ministros el señor cura de Torrecilla y el coadjutor de los Navalmorales; como maestro de ceremonias el señor coadjutor de Ventas; sus padres actúan como padrinos de honor acompañados de sus hermanos, ocupando la sagrada cátedra el señor regente de los Navalmorales unido al misacantano y familia con los lazos de la más sincera amistad.
Pendientes de sus labios escuchábamos los recuerdos de días pasados, cuando encaminó sus pasos al seminario; hizo prender en el corazón del auditorio el santo fervor cristiano, cuando en párrafos elocuentes y sentidos y con acentos del más encendido celo, presentó la admirable figura y grandeza del sacerdote católico, en su triple aspecto de consagrar el cuerpo de Cristo, perdonar los pecados y enseñar a los pueblos, y por último, la emoción más intensa se apoderó de todos, derramando copiosísimas lágrimas al dirigirse al nuevo sacerdote y pedirle oraciones y bendiciones; qué dulces, qué hermosas, cuánta dulzura dejan en el alma las lágrimas que se derraman en aquellos momentos, qué piedad más hermosa la de aquellos corazones, al postrarse de rodillas para recibir su primera bendición, influenciados por la cálida y fervorosa palabra del piadoso orador de tan hermoso y cristiano acto.
Ante el nuevo sacerdote desfiló, en interminable besa manos, el pueblo en masa, autoridades, invitados, niños, ancianos, mujeres que, llorando, mostraban su alegría y en brazos y de las manos cogidos llevaban a sus pequeños para arrodillarse ante el nuevo sacerdote, mientras en el coro cantaban el “Te Deum” escogida orquesta, organizada por el sacristán de la parroquia y de los pueblos de San Martín de Pusa y Navalmorales, cantando bonitas composiciones, lo mismo en el acto de la misa, que en la fiesta eucarística, que en acción de gracias, se celebró al toque de las oraciones de la tarde.
Terminada la ceremonia, y en los salones del Casino, se sirvió delicado refresco a los invitados, y poco después, en la señorial morada de doña Carmen Agüero, galantemente cedida para este fin, se celebró el banquete, a más de cien comensales, en el cual se hizo gala del buen gusto en el adorno de las mesas, de abundancia en el número de platos y de finura y exquisitez en la presentación de los mismos, y en el cual se pusieron de relieve la proverbial esplendidez de los padres del misacantano y el incontable número de sus muchas y valiosas amistades.
No podía faltar en tan cristiana y piadosa familia la nota de caridad cristiana, pues al mismo tiempo que espléndidamente obsequiaban a sus invitados, repartían cuantiosas limosnas entre los necesitados de la villa, para que ellos también celebraran y festejaran la primera misa de su paisano, el nuevo sacerdote.
En la casa solariega del nuevo sacerdote, estaban expuestos, con exquisito gusto, los muchos y valiosos regalos de sus amigos, sería imposible enumerarlos todos […]
Que acto tan piadoso y cristiano, y en el que tanto cariño y entusiasmo se pusieron de relieve, sea motivo para el pueblo de Navalucillos de legítimo orgullo y semillero de nuevas vocaciones sacerdotales, y que todo ello sea para muchos años y para la gloria de Dios, que es lo que indica la bandera, regalo de doña Josefa Horcajuelo, que ondea al viento en la torre de la iglesia, plantada por la mano del nuevo sacerdote».
Llegaron inmediatamente los días de la persecución religiosa, y cuando estalle la Guerra Civil, don Ángel ejerce de ecónomo en la localidad toledana de El Membrillo. De esta localidad tuvo que huir, el 12 de marzo de 1936, para refugiarse en casa de su madre en Los Navalucillos. Su madre vivía sola ya que había quedado viuda unos años antes de empezar la guerra. Permaneció escondido en casa de su madre desde el verano de 1936 hasta el mes de abril de 1939.
Escribe Miguel Ángel Dionisio Vivas en su obra “El clero toledano en la primavera trágica de 1936”: “El día 2 [de junio de 1936], Ángel Pinto, desde Los Navalucillos, ante el ofrecimiento de su traslado a La Mata, describía la dificilísima situación de esta parroquia, donde había sido asaltada la casa rectoral, profanados crucifijos, habiendo tenido el sacerdote que “salir en un carro, de noche, y entre sacos de paja para huir de las furias de aquellas gentes” (página 141. Toledo, 2014).
Al domicilio de su madre enviaron a vivir a un matrimonio de milicianos para que vigilasen a su madre, ya que estaban convencidos de que escondía a su hijo, sin embargo, este matrimonio se apiadó de ellos y permitían que Ángel saliera de vez en cuando de su escondite y nunca les delataron.
En el domicilio materno permanecería escondido durante toda la contienda aterrorizado al conocer cómo la cólera popular se había dirigido principalmente contra los miembros de la Iglesia. Durante el periodo que estuvo escondido enfermó y contrajo la tuberculosis. Acabada la Guerra Civil pudo salir de su escondite, pero ya estaba tan enfermo que le trasladaron al Hospital de Toledo falleciendo el 20 de abril de 1939. Diecinueve días después del final de la contienda.
El primer y oficial listado de sacerdotes mártires apareció publicado en el Boletín Eclesiástico del Arzobispado de Toledo con fecha de 25 de febrero de 1941. El nombre de Don Ángel Pinto aparece, por orden alfabético, ocupando el número 219 de 292. Así que este importante documento no duda, (a pesar de las causas de su muerte) en incluirle entre los mártires.
Don Juan Francisco Rivera en su libro de “La persecución religiosa en la diocesis de Toledo: 1936-1939”, publicado en 1958, lo sitúa en otro listado bajo el epígrafe fallecidos durante el mismo periodo en la zona liberada. Luego insiste: “El ecónomo de Membrillo, don Ángel Pinto, llegó en aquellos primeros días de la victoria a Toledo, pero para ingresar en el Sanatorio Anti tuberculosis. Al mes moría a consecuencias de la enfermedad contraída por falta de luz y de aire, escondido en un rincón de la casa de sus padres en Los Navalucillos”.
En el Seminario Menor
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