CATALINO GARCÍA MARTÍN
Coadjutor de la parroquia de Ocaña (Toledo)
 

Nació el 11 de diciembre de 1901 en Magán (Toledo). Durante sus estudios son varias las veces que “El Castellano” recoge su nombre por los premios recibidos bien por sus notas o por trabajos presentados a concurso. El 3 de marzo de 1925 se da noticia de un certamen literario para estudiantes toledanos, con motivo de la fiesta de Santo Tomás de Aquino, en el que Catalino es premiado por un trabajo que presenta bajo el tema: “Como el cuerpo sin alma cae en la tierra, así el estado sin religión”.

El 4 de diciembre de 1925 publica “El Castellano” un completo artículo sobre la evangelización que titula: “Un problema interesantísimo. Todos pueden tomar parte en su solución”.

«Permíteme, amable y querido lector, que antes de entrar en el desenvolvimiento del asunto que estas pobres y mal trazadas líneas motiva, te dirija a modo de preámbulo, como vulgarmente se dice, una pregunta, a mi juicio necesaria, para que desde el principio podamos entendernos cual conviene: ¿Eres católico de verdad, esto es, católico práctico, o solamente de nombre? Porque si eres católico solamente de nombre, es muy probable que después de haber leído todas estas cosas que voy a decirte, te digas a ti mismo con la más glacial indiferencia: no me interesa. Y la verdad que llevas razón si tal dices, porque a no dudarlo lo que despierta el interés de un artículo, o es el fondo o es su forma. Que aquí no despierta el interés la forma, es evidentísimo, porque el estilo, en verdad, no puede ser ni más pobre ni de menos valía. Tampoco el fondo, porque estas cuestiones a un católico que no tiene de tal más que el nombre, ni le suelen llamar la atención siquiera; por lo tanto, vuelvo a repetirte, si tal dices, que estamos completamente de acuerdo.

Pero si por el contrario te cabe la dicha de pertenecer al primer grupo, esto es, al de católicos prácticos, para los cuales precisamente esto escribo, seguramente que sí te interesará, y mucho, lo que voy a decirte; y te interesará porque el primer interesado en ello y con un interés sumo, es tu Jefe y Maestro, de quien has recibido el título de católico que ostentas: Jesucristo.

¿Qué de qué se trata? Sigue leyendo y verás.

Recorro las páginas de un libro que encima de mi mesa de estudio se encuentra, y por el que siento especial predilección, y en una de ellas leo con asombro lo que sigue: “…son todavía innumerables los que yacen en las tinieblas y sombras de la muerte; según las estadísticas modernas no baja aún de mil millones el número de infieles”.

En estas pocas palabras tienes ya determinado el asunto de que se trata: es el interés por las misiones lo que intento con estas líneas hacer surgir de un modo intenso en tu corazón de cristiano y creyente. ¡Mil millones de infieles! ¡Mil millones de hermanos nuestros por quienes Jesucristo padeció, derramó su sangre y murió en una cruz; en una palabra: a quienes Jesús redimió, que no han oído hablar siquiera de Él y a quienes es desconocida por completo su santa y salvadora doctrina!

Ya ves si es interesante para un católico práctico el asunto que nos ocupa. Pero parece que te oigo decir dentro de ti mismo: es cierto; el problema es interesantísimo y me parece simpático en extremo; pero ¿es que a mí me corresponde el tomar parte activa en su solución?

Escucha: está establecido por Dios que todas las cosas que dicen relación al hombre, se sometan a un período más o menos largo de duración o desenvolvimiento hasta llegar a su última perfección, mediante la cooperación activa e inmediata del mismo hombre. Es verdad que dio Dios a la tierra virtud para producir sus frutos, con el fin de que sirviesen de sustento al hombre, pero no es menos cierto que sin la cooperación más o menos inmediata de este, no llegan aquellos a su perfecta madurez. De la misma manera es ley ordinaria, y advierte que digo ordinaria, de la Divina Providencia, que la salvación de las almas no sea obra exclusiva de la gracia, sino que también está vinculada a nuestra actividad y a nuestro trabajo. ¿Quieres pruebas? Con mucho gusto te las proporcionaré. Es cierto, absolutamente cierto, que Jesucristo desea ardientemente la propagación su santo Evangelio por todo el mundo; su venida a él no tiene otro fin que la salvación de todos los hombres, pues por todos padeció y por todos murió: es doctrina infalible de la Iglesia. Ahora bien, Jesucristo ni enseñó a todos por sí mismo el Evangelio ni actualmente lo enseña; si pues es su voluntad que el Evangelio se propague por todo el mundo, es evidente que esta labor está encomendada a nosotros. Esto mismo nos enseña cuando nos dice: “Id y predicad el Evangelio a todo el mundo”. Esto mismo nos quiere dar a entender también cuando por boca de su apóstol san Pablo, nos dice: “Quien quiera que invocare el nombre del Señor, será salvo”. Mas, ¿cómo invocarán a Aquel en quien no creyeron? ¿Y cómo creerán en Aquel de quien no han oído hablar? ¿Y cómo oirán si no hay quien les predique? No cabe, pues, duda que la propagación del Evangelio depende en parte de nuestra colaboración.

Pero ahora parece que te oigo decir esto otro: ¿cómo voy yo a cooperar a la propagación del Evangelio, si no soy misionero ni me siento con vocación para ello? No es necesario ser misionero en el sentido estricto de la palabra; se puede ser misionero de muchas maneras.

Un magnífico edificio, por ejemplo, no le construyen solamente los maestros de obras; son necesarios también diversos operarios que vayan preparando los distintos materiales. Del mismo modo el vasto edificio de la propagación de la fe, no le construyen solamente los maestros de obras; esto es, los misioneros que inmediatamente están dedicados a predicar y enseñar la doctrina evangélica; es necesario que también nosotros les ayudemos preparando y suministrando los materiales que necesitan.

¿Qué materiales son estos? Primeramente el de la “oración”. “Sin mí nada podéis hacer”, dice el Señor. “Calma, no ceses”. “La mies es mucha y los operarios pocos; rogad pues al Señor de la mies que envíe operarios a su campo”. Después el de la “limosna”, ya en metálico ya en objetos de arte, etc., etc., pues no se nos debe ocultar que si bien la parte principal se debe a la gracia de Dios, esta obra, como encargada a los hombres que está, no se lleva a cabo de un modo milagroso, sino por los medios ordinarios que al alcance del hombre se encuentran; por lo tanto, querido lector, hace falta dinero, mucho dinero, para la conversión de los infieles.

No me queda más que una recomendación que hacerte: si en algo estimas la salvación de esos “mil millones de infieles” rescatados por la sangre preciosa de todo un Dios; si tienes en algo a gloria de Jesucristo y sus ansias de que todos se salven, no te olvides de las misiones, sino que además de ser bienhechor, se también entusiasta propagandista de ellas; ruega mucho, muchísimo, al Corazón de Jesús y a su gran apóstol san Javier, gloria de España y prototipo del misionero».

Catalino recibió la ordenación sacerdotal el 19 de marzo de 1927. Entre sus primeros nombramientos ejerció como familiar del Sr. Obispo auxiliar, monseñor Feliciano Rocha Pizarro.

Finalmente, cuando estalle la guerra civil española, don Catalino ejercía como coadjutor en la parroquia de Ocaña (Toledo). Sobrevivió hasta primeros de septiembre, en que fue encarcelado. En la prisión sufrió incontables humillaciones y malos tratos. La tragedia se consumó en la madrugada del 20 de octubre. El joven sacerdote formado cuerda con otros 151 presos, fueron sacados de la cárcel y conducidos a pie hasta las tapias del cementerio. Apenas llegados, las ametralladoras allí apostadas y los milicianos con sus propias armas comenzaron a disparar sobre esa masa informe de hombres atados, que iban cayendo entre gritos de dolor a la tibia luz del amanecer. Luego fueron rematados con el tiro de gracia.

 

Por citar algún caso ocurrido en la provincia, en Ocaña, la noche del 19 al 20 de octubre de 1936 un grupo de unos trescientos milicianos al que se unieron fuerzas de la guardia exterior del reformatorio, entraron en el despacho del director a quien pidieron la entrega de detenidos para su traslado a lo que se negó. Finalmente consiguieron, con amenazas y violencias, llegar a las celdas de donde, a golpes y culatazos, fue sacado un grupo muy numeroso de personas. Atados de dos en dos, sin cesar en sus malos tratos, los subieron en cuatro camiones que habían colocado en la puerta del establecimiento y al llegar a las tapias del cementerio les bajaron a bayonetazos y culatazos y fueron fusilados. A la mañana siguiente los enterraron cuando algunos aún se encontraban con vida (Ángel David Martín Rubio, Pbro.).