CATALINO ELENA-HERNÁNDEZ SÁNCHEZ
Ecónomo de Ventas de San Julián (Toledo)
 

En la «Gaceta de Tenerife» del 31 de octubre de 1936, llevamos poco más de tres meses de guerra, podemos leer una noticia que tiene por título: “Del Martirologio de la Iglesia Abulense”.

«Copiamos del “Boletín Eclesiástico de la Diócesis de Ávila”, la siguiente emocionante dedicatoria a los sacerdotes que han derramado su sangre por Cristo y por las almas, mártires de la religión y de la Patria.

Sobre nuestras tierras ha pasado tu mano, bendiciendo… Nuestra Iglesia de Ávila se adornó de rubíes. En su diadema, refulgente de santos, Tú has engarzado nuevas piedras de sangre…, que brillarán en los siglos bajo la caricia del sol de tu mirada. Recogiste una gavilla de espigas sacerdotales, un haz de sacerdotes, donde habías puesto participación de tu mismo sacerdote. Ellos levantaron muchas veces el cáliz precioso con tu sangre divina… Ahora Tú has mezclado su sangre con la tuya. Para hacerlos, hasta en los material de su muerte, semejantes a Ti…».

El texto sigue en el recorte de periódico que acompaña el texto para citar los nombres de los 29 sacerdotes diocesanas abulenses que alcanzaron la palma del martirio en el verano de 1936.

Entonces el actual arciprestazgo del Real de San Vicente y Oropesa, provincia de Toledo, pertenecían a la diócesis de Ávila; y, por lo tanto, la parroquia de San Julián de Cuenca de Ventas de San Julián (Toledo).

En el Martirologio de Ávila escrito por don Andrés Sánchez Sánchez leemos que: «don Catalino Elena-Hernández Sánchez era natural de Pajarejos (Ávila) y nació el 25 de noviembre de 1872. Hijo de Luis y Gaspara. Realizados sus estudios eclesiásticos en el Seminario conciliar de Ávila, fue en esta ciudad, el 12 de junio de 1897, cuando fue ordenado sacerdote.

En primer lugar don Catalino fue cura ecónomo de Nava del Barco. Desde aquí pasa a ser párroco de Becedillas desde 1903. En 1919 se encarga como cura regente de El Oso. En 1925 es nombrado párroco de Santa Cruz del Valle. Por razones de salud tuvo que abandonar este destino, y, finalmente, el 24 de enero de 1936, pasa a ser ecónomo del pequeño pueblo de Ventas de San Julián» (Mártires de nuestro tiempo. Pasión y gloria de la Iglesia abulense, página 200. Ávila, 2003).

De modo que a don Catalino, que solo llevaba unos meses al frente de la parroquia de Ventas de San Julián, le sorprende en este lugar el estallido de la guerra civil.

«Muy estimado por sus nuevos feligreses; querían, a todo trance, salvarle. Por eso, ellos mismo lo tuvieron escondido. Pero, un buen día juzgan conveniente que huya. Le disfrazan de la mejor manera que se les ocurre. Con un gran sombrero de paja y una blusa, montado en un borriquillo, emprende la huida. Sus feligreses le desean suerte.

Era un caluroso día del mes de agosto de 1936. Entre los remiendos del pantalón, le han metido unas pesetas. Se las han proporcionado los vecinos de Ventas de San Julián. Un pequeño crucifijo le sirve de confortador compañero. Sus fuerzas físicas no son muchas. Su edad se acerca a los setenta años [iba a cumplir 64 años, exactamente]. Don Catalino va confiado. ¿Quién le podría conocer con el disfraz que lleva?

Emprende el camino en dirección de Candeleda. En el trayecto encuentra un mesón. Es conocido por el nombre de “La Máquina de Monteagudo” [se trata de una de las primeras fábricas de harinas movidas por energía hidráulica en España, que empezó a funcionar en 1868. Hoy en ruinas]. Opta por descansar durante unos momentos. Empieza a hablar. En la conversación, don Catalino se confió demasiado. Dejó conocer su condición de sacerdote. Iba huyendo. En esto, llega una camioneta con milicianos. Paran, también, en la posada. Averiguan la condición de don Catalino. Y gozan con la inesperada presa. No desaprovechan la ocasión. Le montan en la camioneta. Ya va en calidad de prisionero. Le trasladan a una finca, conocida por el nombre de “El Rincón”. Después de haberse divertido con el anciano sacerdote, los milicianos rojos le ordenan subir de nuevo a la camioneta, entre ultrajes e improperios. Y siguen hasta Candeleda. Allí le meten en la cárcel.

Sacándole a los dos o tres días, le matan. Muy pocos detalles pude recoger acerca de su muerte violenta. Incluso, no me atrevo a señalar el día exacto. Desde luego, fue en el mes de agosto de 1936» (Andrés Sánchez Sánchez, “Mártires de nuestro tiempo. Pasión y gloria de la Iglesia abulense”, página 200-201. Ávila, 2003).

Gregorio Sedano en el primer martirologio de la iglesia abulense, apunta que tras sacarle de la cárcel, regresan por el mismo camino y es asesinado “de dos tiros por la espalda… en la parada del fatídico mesón” donde días antes había sido detenido (página 27).