EUSEBIO GARCÍA DE LOS REYES

Párroco de Mohedas de la Jara (Toledo) (Toledo)

Cuando estalla la persecución religiosa don Eusebio es el párroco de Mohedas de la Jara (Toledo). Había nacido el 21 de junio de 1866 en La Puebla de Montalbán (Toledo). Tras realizar sus estudios, recibió la ordenación sacerdotal el 21 de diciembre de 1889, de manos de monseñor Valeriano Menéndez Conde, obispo auxiliar de Toledo.

Aprovechamos, como en otras ocasiones, para hacer un poco de historia diocesana con nuestros “desconocidos” obispos auxiliares. Ocho de nuestros mártires, entre ellos como queda dicho nuestro protagonista, fueron ordenados por monseñor Menéndez Conde.

Acompañamos estas líneas con una imagen tomada de la portada de la revista «La Ilustración española y americana» (del 30 de abril de 1890).  Esta publicación se convirtió en una «auténtica escuela de maestros gráficos», dibujantes, grabadores y retratistas. En el interior leemos: «Prelados hijos de Asturias. En Oviedo se verificó en la catedral, el 13 de abril de 1890, una augusta solemnidad religiosa: la consagración episcopal de los nuevos prelados de Manila, Nueva Segovia y Mondoñedo, siendo consagrante el cardenal González, arzobispo dimisionario de Sevilla, y asistentes el Obispo de Oviedo y el Auxiliar de la archidiócesis de Toledo; ¡y los seis, hijos de Asturias! En la plana primera damos sus retratos, según fotografía directa ejecutada y remitida a la dirección de este periódico».

Valeriano Menéndez Conde y Álvarez había nacido en San Martín de Luiña (Asturias) el 24 de noviembre de 1848. Tras realizar los estudios de filosofía y teología fue ordenado sacerdote en Oviedo en 1873. Desempeñó varios cargos parroquiales hasta que, en 1884, por oposición ganó la canonjía magistral de Santiago de Compostela. Cuando en 1887, el cardenal Miguel Payá y Rico pasó de la diocesis compostelana a la de Toledo, propuso para obispo auxiliar suyo a Valeriano Menéndez, siendo preconizado por el papa León XIII el 25 de noviembre del mismo año. Recibió la consagración episcopal en la Catedral primada el 16 de abril de 1888. A la muerte del cardenal Payá, el 24 de diciembre de 1891, fue nombrado pro-vicario general castrense, cargo que ocupó un trienio. Luego, por veinte años, fue obispo de Tuy (Pontevedra). Nombrado, finalmente, arzobispo de Valencia, a los quince meses de su llegada murió repentinamente, el 8 de marzo de 1916, a los 68 años de edad.

Tras los primeros nombramientos nuestro protagonista será durante más de veinte años párroco en Mohedas de la Jara (Toledo). En este recorte de “El Castellano”, del 25 de junio de 1915, dando noticia de que ha ido a predicar a Puente del Arzobispo se le califica de “erudito… demostrándonos una vez más que en el referido pueblo vive un pensador profundo y un orador elocuente”.

Cuando llegue la persecución religiosa, en los días de la guerra civil, don Eusebio tenía 70 años. Es don Juan Francisco Rivera (La persecución en la Diócesis de Toledo, páginas 98-99. Toledo, 1958) quien nos narra que «estaba muy quebrantado de salud a causa de una bronquitis crónica y de arterioesclerosis, que le hacía estar sometido a un tratamiento especial. Vivamente impresionado por los desmanes cometidos en los pueblos circunvecinos, comenzó a temer por su vida. Los dirigentes rojos del pueblo le aseguraron que nada le ocurriría, facilitándole la evasión a la zona nacional. Salió a pie a las afueras del pueblo, donde le esperaba un hombre que había de conducirle en una caballería a Villar del Pedroso. Imposibilitado por sus achaques y su morbosa crasitud (gordura) para subir en la caballería o para seguir a pie, optó por volver a su casa de Mohedas de la Jara.

El 13 de agosto de 1936 se presentaron en el pueblo unos milicianos forasteros, con el propósito de llevarse al párroco y a diez vecinos más. Los vecinos señalados lograron desviar, mediante influencia, la amenaza, quedando desamparado don Eusebio, por quien nadie intercedió.

Al mediodía, cuatro milicianos marcharon a la casa rectoral, deteniendo al sacerdote; quedaron con él, custodiándole, mientras los restantes obligaron a la sirvienta a que les preparase la comida, pero esta se negó, sirviéndosela una vecina como procedente de la casa rectoral. Poco después fue trasladado el siervo de Dios a una camioneta que salió con dirección a Puerto de San Vicente. Según informa un testigo de esta localidad “paró la camioneta delante de las primeras casas en la carretera. Violentamente le hicieron bajar, marchando hacia el cementerio; durante el trayecto, uno de los milicianos le arrastraba de la ropa, el otro le daba empellones y golpes con el fusil. En el cementerio, junto al templo parroquial, le fusilaron y sepultaron su cadáver”».

De los 1.370 habitantes que tenía Mohedas de la Jara, en los años 30, el siervo de Dios que llevaba en el pueblo por espacio de 25 años, fue el único asesinado por los frentepopulistas. Insistimos: ¡un septuagenario, enfermo! En la “Causa General” se puede leer “solo se sabe que fue asesinado en el inmediato pueblo de Puerto de San Vicente donde, le llevaron una noche varios milicianos de otros pueblos”. Era el 13 de agosto de 1936.

El templo parroquial fue incautado por el comité desde los primeros días, sin más formulismo que arrebatarle las llaves al párroco. El culto fue suprimo el 28 de julio de 1936. Se destinó a salón de baile, cárcel, cuadra, etc. Su fábrica se conservó en regular estado, pero en su interior fue bárbaramente saqueado.

Fueron destruidos ocho altares: de ellos el retablo del altar mayor, de algún merito artístico; un púlpito de piedra; tres confesionarios; un armónium; dos campanas grandes de la torre. Los confesionarios se usaron como garitas.

Todas las imágenes fueron destruidas; las imágenes mutiladas eran conducidas en un carro hasta las afueras del pueblo, donde, una vez todas hacinadas, fueron quemadas. A hachazos partieron la cabeza de la Virgen de la Cabeza y las piernas de San Sebastián, patrón del pueblo.

Los ornamentos y ropas de la iglesia fueron utilizados para confeccionar prendas de vestir. Entre los objetos de culto desaparecidos deben mencionarse un portapaz de bronce fundido y cincelado (siglo XVI), que representaba la imposición de la casulla de San Ildefonso; y un portaviáticos de plata con labores de filigrana y una esmeralda en la tapa (siglo XVIII).

Las Sagrada Formas no pudieron ser sumidas por el párroco y el sacristán se limitó a arrojarlas en el sumidero de la pila bautismal.

La ermita de la Virgen del Prado fue incautada y destinada a encerrar carros de labor. Los retablos e imágenes fueron también destrozados como los de la parroquia.

Igualmente fue incautada la casa rectoral, como también los muebles de don Eusebio. Desaparecieron numerosos libros sacramentales (Juan Francisco Rivera Recio, “La persecución en la Diócesis de Toledo”, páginas 99-100. Toledo, 1958).