Tres escolapios de Núñez Gómez
La Orden de los Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías (Sch.P.) fue fundada por San José de Calasanz, de ahí que se les conozca popularmente como calasancios o escolapios. Durante la Guerra Civil española (1936-39) más de 250 religiosos de esta orden fueron asesinados. Sólo en la diócesis de Barcelona, por poner un ejemplo, sufrieron el martirio sesenta escolapios. Los protagonistas de nuestras próximas entregas son tres escolapios nacidos en el toledano municipio de Nuño Gómez, en la sierra de San Vicente.
El escolapio Antonio de la Torre escribe en la colección Escolapios víctimas de la persecución religiosa en España 1936-1939. Castilla - Volumen II, parte segunda. Publicado por Revista Calasancia (Salamanca, 1963-64) la semblanza del P. Manuel de la Virgen Dolorosa González Díaz (páginas 721-727).
Nuño Gómez pertenecía en 1936 a la diócesis de Ávila. El 1 de enero de 1901 nació allí MANUEL GONZÁLEZ DÍAZ. De familia modesta, como la inmensa mayoría de los hogares de la región; sus padres debieron tener alguna relación con los escolapios de San Fernando de Madrid, pues Manuel estuvo acogido a los beneficios de dicho colegio. Era un “muchacho piadoso, de regular disposición, buen compañero”.
Tras manifestar sus deseos de pertenecer a las Escuelas Pías, tomó el hábito el 6 de agosto de 1916. Profesó el 10 de agosto de 1917. Durante su carrera se despertó en él la afición al estudio, principalmente a la botánica, llegando a formarse su herbario propio y a dedicar sus ratos libres a cuidar el jardín de Santa María la Real de Irache, en Estella (Navarra), en cuyo cenobio permaneció desde mediados de agosto de 1917 hasta últimos de julio de 1920 [el monasterio estuvo ocupado por los escolapios durante casi un siglo, desde 1885 hasta 1984].
De Irache los jóvenes volvían a sus respectivas provincias escolapias para completar sus estudios teológicos. Manuel estuvo el bienio siguiente en Getafe, donde el 23 de abril de 1922 hizo su profesión solemne.
El 3 de septiembre de 1922 llegó al destino de su primera obediencia: la industriosa y rica ciudad de Linares (Jaén). En un principio comenzó dando las clases de gratuitos o externos, que funcionaba entonces en una casa alquilada, llamada “La Asturiana”, donde permaneció hasta diciembre; en enero pasó al Colegio. Con los externos estuvo hasta el año 1927. El curso 1927-1928 enseñó Bachillerato. El 14 de junio de 1924 recibió la ordenación sacerdotal. Fue también capellán de una mina. El año 1929 se le trasladó a Sevilla, en cuya capital tuvo relación con aquella santa mujer que se llamó Sor Ángela de la Cruz, fundadora de las Hermanitas de la Cruz, que murió en olor de santidad.
De su estancia en Sevilla nos da amplio testimonio el padre Eliseo Díaz que convivió con él varios años en el internado. “Era -nos dice- religioso ejemplar, piadoso, caritativo con sus hermanos. Particularmente era muy humilde, de verdadera virtud, no fingida. Tuvo varios cursos de francés, idioma que llegó a dominar de tal manera que hablaba con toda perfección con los naturales de Francia, aunque nunca estuviera allá”.
Otra calidad muy digna de ser notada en opinión del mismo P. Eliseo fue la de su afecto y cuidado esmeradísimo por los alumnos internos que le habían encomendado, y de los que fue director, en su sección de pequeños. “Era para con ellos como madre cariñosísima, que no perdonaba trabajos y molestias por atenderlos y tenerlos contentos mejor que si estuvieran en casa, especialmente cuando se trataba de enfermos, cuidándolos y dándoles las medicinas”.
Durante su permanencia en el Colegio de Sevilla, el padre Manuel González parece que se capacitó legalmente para la enseñanza oficial, dedicándose al estudio de las asignaturas y de las que en 1931 empezó a examinarse en el Instituto de Jerez. No terminó sus cursos de licenciatura.
Llegamos a los trágicos meses del verano de 1936. El P. Gaspar Martínez, compañero de colegio en Sevilla del P. Manuel, nos explica como de Sevilla fue a Madrid.
«El P. Manuel González -nos dice- como compañero de Comunidad había sacado conmigo a medias un billete kilométrico para las vacaciones del año 1936. Yo fui en la primera temporada y el último tren de regreso a Sevilla fue el mío, porque todos los demás quedaron cortados por los rojos en el Carpio (Córdoba). Llegar a Sevilla el día 18 de julio, a las nueve de la mañana y darle el kilométrico a la puerta misma del colegio -el Padre me estaba esperando- fue la última operación de intercambio que hicimos; si él se hubiera retrasado unas horas, nos hubiéramos salvado los dos».
El P. Luis Romero afirme que el P. Manuel estuvo en el tristemente famoso tren de la muerte, contándose él entre los pocos que se salvaron.
En Madrid coincidió con el padre Esteban de San Juan Bautista Pérez Antón que se convirtió de compañero de comunidad en compañero de martirio.
El segundo escolapio vinculado a Nuño Gómez es el padre Esteban Pérez que sufrirá el martirio junto al padre Manuel González.
El escolapio Severino López escribe en la colección Escolapios víctimas de la persecución religiosa en España 1936-1939. Castilla - Volumen II, parte segunda. Publicado por Revista Calasancia (Salamanca, 1963-64) la semblanza del P. Esteban de San Juan Bautista Pérez Antón (páginas 775-780).
ESTEBAN PÉREZ ANTÓN era natural de Casaseca de las Chanas (Zamora) y nació el 5 de junio de 1902. Era el más pequeño de seis hermanos, hijos de Sotero Pérez, humilde labrador, y de Crisanta Antón. Pasó su infancia en El Arenal (Ávila) al lado de su tío don Felipe Pérez Calvo, celoso sacerdote, benemérito de las Escuelas Pías y párroco de la citada villa. Anteriormente había ejercido el mismo cargo en Nuño Gómez. Desde los siete años vivió con don Felipe; con él aprendió lo que más gloria le había de dar en años posteriores: la música.
El 8 de septiembre de 1918 fue al aspirantado de Getafe con decisión de ser religioso escolapio. Vistió el santo hábito el 27 de julio de 1919. Transcurrido el año de noviciado hizo en Getafe la profesión simple el 15 de agosto de 1920. En Irache (Navarra) cursó la filosofía; terminada esta y los estudios complementarios de bachillerato, volvió a Getafe para estudiar sagrada Teología.
El 12 de abril de 1925 hizo sus votos solemnes. Su primer destino en comunidad fue Granada. Tras acabar los estudios y recibir la ordenación sacerdotal, cantó misa en su pueblo natal en 1927.
En septiembre de 1930 pasó a Linares (Jaén), permaneciendo tres cursos mientras enseñaba geología, física y química. Además, era el encargado de la música en la capilla del colegio y estaba encargado en el internado con la sección de mayores. Con ocupaciones similares pasa a Sevilla en el curso 1933-1934. Era cumplidor de las Constituciones, buen religioso y de carácter agradable.
Al estallar la guerra, sabemos que se encontraba en Madrid, y junto a su compañero de comunidad el padre Manuel González.
«Refugiados primero en una casa de los Altos del Hipódromo, donde vivía una hermana del P. Manuel, y viéndose objeto de continuas denuncias y amenazas, pensaron trasladarse al pueblo, ya que su permanencia en Madrid estaba llena de peligros. A ello les instaba el cuñado del Padre Manuel que a la sazón estaba en Getafe y que se encargó de agenciarles el oportuno salvoconducto.
Al oscurecer llegaron a Nuño Gómez, habiéndose bajado en la estación de Illán-Cebolla y haciendo el recorrido hasta su pueblo a campo traviesa, fuera de los caminos y procurando esquivar el encuentro de la gente. Era el 12 de agosto. Pasaron la noche en el domicilio de su acompañante que, como dijimos era cuñado del padre Manuel; pero pese a la afinidad que tenía con este ejemplar religioso -todo bondad, cariño y simpatía- era “de los muy zurdos”. En la madrugada del 13 desapareció del lugar.
El pueblo más cercano a Nuño Gómez se llama Pelahustán. Sus habitantes sin duda quisieron tener parte en la captura de las víctimas. Elementos pelahustaneros, noticiosos de la llegada de los escolapios, vigilarían su paradero con el mayor cuidado “no fueran a dejarlos escapar”.
Andaban por medio, soplones y chivatos, un tal Brígido, casado con una hija del sacristán de la parroquia y el propio sacristán. Este en buena lógica no podía estar afiliado a las izquierdas; pero sobrevenido el incendio revolucionario, estuvieron a su cargo las más recias “campanadas” ya que se constituyó en dirigente de los de izquierdas y en su edificio izó la bandera comunista. Sírvale de descargo y atenuante al examigo de los santos el hecho de que una de sus hijas era la novia o lo que fuera, del presidente del Comité y que otra era condueña del casino socialista, cuyo dueño era el donjuanesco Brígido. A veces realmente detrás de la Cruz está el diablo.
Llevados el P. Esteban y el P. Manuel al casino socialista pudieron adquirir la convicción del fatal desenlace que aquellos paisanos preparaban al drama de su vida. Hicieron venir los del comité a unos cuantos milicianos del pueblo más próximo, quienes se llevaron en caballos a los dos referidos escolapios a Pelahustán, a las 13 horas del 14 de agosto. De ahí en una camioneta los trasladaron hacia Madrid, donde fueron fusilados el 15 en la Pradera de San Isidro.
Los impresionantes ficheros de la Diputación madrileña dieron fe de la ejecución macabra de los dos compañeros de las Escuela Pías de Sevilla y de su martirio. Dos sacerdotes y dos maestros escolapios bajo el mono proletario, salpicado de la propia sangreEl hecho del fusilamiento está perfectamente comprobado en los ficheros de la Diputación. Sus cadáveres estaban con el mono proletario, tinto en sangre».
El escolapio Jorge Peña escribe en la colección Escolapios víctimas de la persecución religiosa en España 1936-1939. Castilla - Volumen II, parte segunda. Publicado por Revista Calasancia (Salamanca, 1963-64) la semblanza del P. Jacinto de la Asunción Morgante Martín (páginas 737-742).
El tercer escolapio es el padre JACINTO MORGANTE MARTÍN que nació el 16 de agosto de 1902 en Nuño Gómez (Toledo). Vistió el hábito calasancio el 29 de julio de 1917 y durante toda su carrera sacerdotal se distinguió por una no común inteligencia, como hemos podido comprobar viendo la calificación de sobresaliente en todas las asignaturas de los cuatro años de Teología que cursó en Getafe. El primer colegio donde ejerció el ministerio escolapio fue el de Sevilla, a donde le destinó la obediencia después de hacer la profesión solemne el 28 de agosto de 1923.
En 1928 fue trasladado al colegio de San Antón de Madrid, donde tuvo a su cargo la clase superior de internos. Se ocupó, además, de la redacción de la revista “Páginas Calasancias” que por entonces se publicaba en ese colegio; colaboró en ella ampliamente sin firmar los artículos con su nombre (algunos artículos aparecieron firmados con el seudónimo de “Nuño-Gómez”, su pueblo natal); poseía buen estilo; nos han dejado algún testimonio de su facilidad en la versificación.
Nos consta, por relaciones de algunos compañeros suyos, que con él coincidieron en San Antón, que se distinguía por su espíritu fervoroso de piedad y trabajo, cualidades que constituyen la mejor alabanza de un escolapio.
Dos años antes del comienzo de nuestra guerra civil de 1936 fue destinado por los superiores al colegio de Villacarriedo, en la provincia de Santander, donde sabemos que gozó fama de predicador en toda la comarca. Precisamente en ese colegio, que fue su última residencia antes de comenzar su martirio, sucedió al parecer un hecho que puso en peligro a la Comunidad entera: en un registro que hicieron algunos milicianos en el colegio encontraron en la habitación del P. Jacinto propaganda “fascista”, como decían ellos. No sabemos cómo ni por qué tenía el P. Jacinto ese material propagandístico tan comprometedor entonces, ni sabemos cómo se solucionó la cuestión.
De Villacarriedo (Cantabria) salió el 17 de julio de 1936 pues el día 18 de ese mismo mes llegó a su pueblo natal Nuño Gómez, donde pensaba pasar las vacaciones o lo que pudiera venir, con sus padres y hermanos. Desde Nombela, pueblo cercano a Nuño Gómez, tuvo que hacer el camino a campo traviesa acompañado de su padre, pues el pueblo se hallaba sublevado y él vestía todavía de sotana. Ya entre sus familiares gozó de relativa tranquilidad, pudiendo celebrar la santa misa en la iglesia del pueblo hasta el día 23 de julio. Celebró por última vez y a mitad de la misa entró en la iglesia el cabecilla rojo del pueblo dando gritos e intimidándole a que la suspendiera; pero él con mucha tranquilidad la terminó sin hacerle caso. A partir de aquel día los rojos cerraron la iglesia. El P. Jacinto se llevó el archivo parroquial que guardó su madre hasta que los nacionales tomaron el pueblo.
El mismo día 23, al tener noticias de que habían detenido a algunos familiares en el vecino pueblo de Pelahustán, de donde eran sus abuelos maternos y su madre, se acercó vestido de paisano, a lomos de una yegua, a ver qué suerte habían corrido. A la entrada del pueblo se encontró con los milicianos que quisieron llevarlo ante el comité allí establecido, pero él, dando espuelas a la cabalgadura logró escapar. Le persiguieron y dispararon sobre él, sin que lograran alcanzarle. Su madre, al ver que tardaba en regresar, salió a buscarle encontrándole a mitad del camino a galope tendido; él le hizo señas para que se ocultara y volviera a casa. Una hora más tarde se presentaron los milicianos para llevarse al padre Jacinto, pero luego mudaron el propósito y le dejaron. Desde entonces ya permaneció oculto en su casa.
El día 15 de agosto, al amanecer, rodearon los milicianos de Pelahustán la casa y obligaron con amenazas a su padre fuese con ellos al ayuntamiento y cuanto antes entregara a su hijo. Al contestarles que no podía ser, pues se había marchado a Villacarriedo, le detuvieron y exigieron que, de no presentarse el cura, se llevaría a otro hijo suyo llamado Jesús. Al oír esto salió el P. Jacinto diciendo que no consentiría que se llevasen ni a su padre ni a su hermano. Le llevaron al ayuntamiento y le dijeron que tenía que irse con ellos; pidió que le permitieran despedirse de sus familiares y se lo concedieron, llevándole escoltado a su casa.
Como recordábamos en la última entrega cuando el padre Jacinto Morgante vio en peligro a su hermano Jesús y al resto de la familia se entregó a los milicianos. Él pidió que le permitieran despedirse de sus familiares y se lo concedieron, llevándole escoltado a su casa
Llegados a ella entró en su habitación, donde permaneció unos instantes en oración (no se engañaba al pensar que era la última). Salió y se despidió de su madre que le preguntó si quería dinero, a lo que respondió que no lo necesitaba, que el viaje lo llevaba pagado. Se despidió también de todos sus familiares: “¡Hasta el valle de Josafat!” -les dijo- y a una cuñada suya dijo que sentía no poder ver a la niña (sobrina de pocos años), que le diera en su nombre un beso muy fuerte.
En medio de griteríos e insultos de todo el pueblo -solo hubo dos amigos de su casa que protestaron de que se lo llevaran-, él permaneció callado. Los milicianos le gritaron que marchara delante de ellos; y contestó que sí, “que no le importaba morir, pero que agradecería que fuese la última víctima del pueblo”.
Lo demás fue todo rápido. Le llevaron a Pelahustán, donde le hicieron subir a una camioneta propiedad de un miliciano de la localidad. Fue conducido hasta un comité de las cercanías de Madrid. Le hicieron desaparecer sin que sepamos en qué lugar ni cómo, ni qué es lo que fue de sus restos.
Así con su muerte anónima acabó sus días con el supremo acto de amor que es dar la vida por el que se ama. Días antes -el 12 de aquel mismo mes de agosto- prometía al Señor más amor para que cesara el castigo de la persecución religiosa en nuestra patria. El dolor que afligía su espíritu le hizo redactar, sin presentirlo quizás, su testamento sacerdotal:
El fuego santo extinguido / ha cesado de alumbrar;/ las imágenes han sido / derribadas de su altar. …
Detén tu mano enojada, / cese el castigo, Señor; / nuestra alma atribulada / te promete más amor.
Imagen de San José de Calasanz, fundador de los escolapios, en la Basílica de San Pedro del Vaticano.