EPIFANIO DÍAZ-DELGADO MAROTO
Párroco de Tórtola de Henares (Guadalajara)

Nació en Erustes (Toledo), en 1888. Tras realizar sus estudios en el Seminario de Toledo, recibió la ordenación sacerdotal el 22 de diciembre de 1917. Tras sus primeros nombramientos, en 1924 ejerce de párroco de Lominchar, después de haber pasado cuatro años como coadjutor en Mora (1920-24). Así lo leemos en “El Castellano” del 7 de abril de 1924:

«Después de tomar posesión de la parroquia de Lominchar, ha regresado a esta nuestro distinguido amigo don Epifanio Díaz Delgado y Maroto, que ha convivido con nosotros por espacio de cuatro años con el cargo de coadjutor. En este tiempo se había captado tan generales amistades, que, en tan pocas horas de que dispone, difícilmente podrá hacer las obligadas despedidas. Ya sabe nuestro caro amigo cuánto sentimos su marcha y que “ex corde” le deseamos mucho acierto en su nuevo cargo y progresos sin limitar su carrera».

El 22 de febrero de 1925, firma una breve carta en “El Castellano”, solicitando ayuda puesto que se han caído las campanas del campanario de la parroquia de San Esteban de Lominchar. Se titula «Un suceso sensible, un ruego y una esperanza». Dice entre otras cosas: «El día 18 de los corrientes, a la una de la tarde, con gran sentimiento de este vecindario, tuvo lugar el triste suceso de caerse de la torre de la iglesia parroquial las campanas en ella colocadas, por no haber sido posible remediar su desplome. El sentimiento por este hecho en general, por verse privados los fieles de la expresión exterior del culto cristiano, cuyas notas, tristes unas, alegres otras, no pueden hallar voz más adecuada ni litúrgica que la clásica y eclesiástica campana […]. La dotación del culto, pobre y mezquina de suyo, no basta para una obra de reparación de tal importancia […]. Las limosnas pueden remitirse al muy ilustre secretario de Cámara del Arzobispado o al cura ecónomo que suscribe».

La Postulación conserva esta fotografía tomada un 27 de septiembre de 1925, en la localidad toledana de Dosbarrios. En la misma como pueden observan aparece un grupo de sacerdotes (varios de su curso, Juan Fernández-Palomino y José Calderón) y de seglares, tal vez después de una sobremesa. Sentado, el primero por la izquierda, se encuentra nuestro protagonista, detrás de él (también el primero, pero de pie, su hermano Alejandro que era médico. Estaba destinado en Argés y este año, 1925, pasa a ejercer en Dosbarrios. Allí será asesinado, el 15 de octubre de 1936, en término de La Guardia, dos meses después que su hermano.

El 22 de marzo de 1926, don Epifanio ha ido a predicar la fiesta de San José a Polán, allí se nos informa que está en la parroquia de Casasbuenas (Toledo):

«Ocupa la cátedra sagrada el digno ecónomo de Casasbuenas, don Epifanio Díaz Delgado, quien hace el panegírico con palabra fácil, clara y muy adaptada al auditorio, al mismo tiempo que muy rico de doctrina. Felicitamos al señor Díaz Delgado ya que fueron muchos los que lo hicieron efusivamente por su oración sagrada, correcta y satisfactoria».

Desde 1929 ejercía como párroco de Tórtola de Henares, parroquia del arciprestazgo de Guadalajara, que por entonces pertenecía a la Archidiócesis de Toledo.

Escribe don Juan Francisco Rivera en el capítulo IX de su libro sobre la persecución cuando intenta explicar las causas de la persecución que «donde tal vez se nos ha dado el programa persecutorio con más amplitud fue en las manifestaciones de los milicianos de Tórtola de Henares (en 1930, 760 habitantes), quienes se presentan en Ciruelas (pueblecito de la Alcarria, que en 1930 contaba 438 habitantes), localidades ambas de Guadalajara, “a matar al Cura, a que se les haga entrega de los objetos de devoción que estén en poder de las personas particulares; a que todos los vecinos del pueblo les acompañen a la iglesia a destruir los santos y a que les ayuden a trasladar al Ayuntamiento las cosas de valor que haya en la iglesia. Se tiende por lo tanto al asesinato de todos los sacerdotes; a la extirpación de la vida cristiana; a la incautación de los edificios sagrados; a la destrucción de los objetos de culto».

Así que, cuando llegue la guerra civil española, don Epifanio «fue sacado del pueblo en un coche, a las cuatro de la tarde del 23 de agosto de 1936, y asesinado en la carretera de Iriepal, entre Taracena y Guadalajara, siendo enterrado en el cementerio de esta ciudad.

La iglesia parroquial fue incautada el 30 de julio, y fue objeto de un bárbaro saqueo, siendo quemados el órgano, los altares, las imágenes, los vasos sagrados, los ornamentos y ropas; las campanas fueron robadas. El local, con solas las paredes y el tejado, quedó destinado a los servicios del cuartel.

Del archivo parroquial han desaparecido tres libros de partidas matrimoniales. La casa rectoral quedó notablemente averiada, siendo incautada el 30 de julio, fecha de la incautación del templo».