

El señor deán de la Primada, en un artículo publicado en ABC y del cual se ha hecho eco un importante sector de la prensa solvente, da a conocer el estado presupuestario en que han quedado las consignaciones eclesiásticas en el primer ejercicio de la flamante República española. La situación en que hoy han quedado sus partícipes en general y la que definitivamente aguarda, en particular a los obispos y rectores de parroquia, que especialmente vienen laborando con sacrificio inaudito por el bien de España, acreditará seguramente algún día ante la conciencia nacional los efectos de tal medida, que a quien menos perjudica es al sacerdote, al que, por lo visto, se quiere extinguir del concurso civilizador y pacificador de los pueblos. Repetimos que el sacerdocio es al que menos lesiona la disposición votada, porque a última hora, el sacerdote católico es un sujeto hoy sólidamente formado en ciencias eclesiásticas y profanas, que al privarle del subsidio en el ministerio que primariamente realiza, y para el cual le deputó la Iglesia y el Estado, en virtud de unas leyes canónico civiles, algún día vigentes y las cuales no pueden tener efectos retroactivos, según nos enseñaron los maestros del Derecho escrito, este sacerdote puede dedicarse a otras ocupaciones, que las hay, y que están en armonía con los principios de los cánones y con las prescripciones de la Disciplina eclesiástica, sin menos cabo de la alta dignidad de que está investido y del fin sublime a que su consagración le llama. No, la injusta medida perjudica más, en todos sus aspectos, a los pueblos, a los cuales se quiere favorecer dándoles libertades de cultos y de conciencia, que nadie ha pedido y que a nadie le interesaban, porque, privado el pueblo de sacerdote católico, que es el verdadero mediador entre Dios y los hombres, el que mediante la oración y el sacrificio consigue las bendiciones celestes, que en el plan divino de la Providencia ordinaria no se alcanzarían sin la intervención del Cuerpo Levítico, consagrado por Dios a este fin, el que tiene en sus manos el ministerio de la distribución de las gracias divinas, desde el momento en que su actuación cesa, cesa también esa corriente benéfica que hace a Dios nuestro obligado protector por las oraciones de sus elegido, se oxidan las puntas brillantes de ese inmenso pararrayo que neutraliza los efectos de la electricidad positiva de las amenazas del cielo con la negativa de las prostituciones y apostasías de la tierra, y se interrumpe la savia que vigoriza el corazón del creyente para todos los actos de virtud y de nobleza, para convertirle en un ser, si no perjudicial a la sociedad en que vive, por lo menos inútil a su Patria y a su Dios. La privación de sacerdotes en los pueblos, por adorar la fe que predican, que eso y no otra cosa significan las medidas adoptadas es precursora de los grandes cataclismos que se ciernen muy pronto sobre ellos, porque la impiedad, lo primero que hace para conquistar sus triunfos, es apagar las lámparas del santuario, para que en las regiones de las tinieblas, que es donde aquélla habita, sumir a los hombres como fueron sumergidos los pueblos florecientes de África en la barbarie al extinguirse de ellos la vivísima luz del Evangelio y la acción civilizadora de la Iglesia, que llegó a sus más altas cumbres con la predicación del obispo de Hipona y la de los apologistas de las primeras edades del cristianismo. Se infiere un grave daño a los fundamentos básicos en que la sociedad española descansa, o creemos que debe descansar, los cuales, si el sectarismo me lo permite, son: la religión, la familia, la propiedad y el orden. Cuando la voz de la Iglesia deje de penetrar en el fondo de la conciencia individual o colectiva, llevando a ella el conocimiento de las leyes morales que regulan las acciones humanas y marcan a éstas el verdadero concepto de la libertad, dependencia y subordinación a las leyes divinas, si cuya subordinación el hombre se creería un ser libre sin más freno que sus propias inclinaciones viciadas dentro del engranaje armónico de la creación, entonces le veríamos vagar por los vedados campos del racionalismo y del ateísmo más injurioso a la razón y de la sensualidad y de las extravagancias más repugnantes que crea seres degenerados como Voltaire, Hobbes y Rousseau, que difundieron en Europa una concepción funesta del ser humano, e hicieron surgir en el mundo un movimiento filosófico que rompió el hilo de la civilización y cultura, acumulada por tantos siglos de ciencias y artes en las naciones latinas. Cuando el sacerdote deje de intervenir en el seno del hogar cristiano para santificarlo por las gracias a él vinculadas, así como para dirimir las contiendas que frecuentemente surgen por encontrados y nimios pareceres, llevando a él las virtudes del amor y del sacrificio mutuo, que engendran las razas de los Cepedas toledanos y que dan al mundo mujeres como Santa Teresa, entonces aquellas piedras angulares del edificio social se desmoronarán surgiendo de entre sus ruinas la afrenta antijurídica del divorcio, que es el dios a quien rinden culto todos los defensores del amor libre. De no peores efectos sería para la propiedad pública y privada la ausencia de la Iglesia en estas cuestiones de tan capital interés, porque las orientaciones que ésta ha dado a estos problemas tan hondos, que preocupan y conmueven al mundo, nadie más y mejor que Ella los da resueltos, siguiendo las predicaciones del párroco al comentar las encíclicas Rerum Novarum de León XIII y la Quadragesimo anno de Pío XI: Entonces se ajustarían las paces entre el patrón y el obrero, entre el capital y el trabajo, y el proyecto de la Ley agraria sería un asunto de trámite sencillamente de las Constituyentes republicanas y no un problema que tendrá que resolverlo la Guardia Civil, si su dictamen no fracasa, y ya vemos cómo el benemérito Instituto y los guardias de Asalto resuelven estos problemas en el campo andaluz y en otras regiones en que las llamas de los sacrílegos incendios han reducido a pavesas las cátedras que irradiaban luces esplendentes de verdad y de justicia. No es menos importante la actuación del sacerdote en la conservación de la paz y de la prosperidad pública de los pueblos. Parece ser que con el advenimiento de las nuevas normas políticas se les ofrecieron al campesino y obreros manufacturales, que no tienen obligación de pensar por su cuenta paraísos encantados e ínsulas baratarias, en donde unos y otros habían de gozar sin trabajo los bienes de que carecían. Es claro, que estas predicaciones se le hicieron por los agitadores del desorden, por los eternos traficantes de la mentira, que medran a costa de criminal comercio y como no pueden dar nada, no tienen inconveniente en ofrecer mucho. Los pobres ilusos y crédulos inconscientes, cuando ven pasar días y días sin que les pongan en posesión de ese oasis fantástico, creado en imaginaciones calenturientas, se desesperan, y ya el socialismo en que militaban, muchos de ellos, es poco, hay que tomar posiciones más avanzadas, hay que reivindicar los derechos indiscutibles e inalienables del obrero sin automóvil y sin el paraíso ofrecido, hay que desalojar a este Gobierno republicano de sus posiciones conquistadas. Si para esto es preciso hacerse comunista, fabricante de bombas y explosivos y hasta ruso, no importa, aquí lo esencial es pulverizar este mundo injusto, para levantar nosotros otro que no nos niegue los goces suspirados. Así se le ha predicado al obrero, y sus enseñanzas se reflejan en la cuenca del Llobregat, en las calles de Morón y de Hernani, de Sevilla y de Madrid, y el fruto de estas enseñanzas, que seguramente formarán algún día parte del programa de la escuela única, la escuela sin Dios, es lo que recogen los Gobiernos y los pueblos que simpaticen con la idea, porque el que siembre vientos no espere recoger sino tempestades. De distinta manera predica la Iglesia. De otro modo infiltra sus enseñanzas el sacerdote. En la reciente encíclica Charitas Christi, el Romano Pontífice puntualiza las causas del ateísmo universal en el goce supremo de los bienes de la tierra, todo lo contrario de lo que predican los modernos corruptores de la sociedad actual. Porque, cuando al hombre se le han robado las nobles y santas inspiraciones del cielo, los purísimos ideales del alma, entonces no hay leyes, no puede haberlas, de Gobierno alguno, que le contenga dentro de los límites del deber y de la ciudadanía, este hombre se convierte en instrumento de todas las conspiraciones, en factor de todos los delitos y en ejecutor de todos los planes más malévolos y reprobables. Le falta la idea de Dios, que sanciona, premia o castiga las acciones humanas; ha desaparecido la fe de su alma, que es luz que alumbra a todo hombre que viene a la tierra. La generación presente, que se eduque en los principios de la escuela laica, a esos niños que se les ha hecho concebir una idea criminal y repulsiva de la Iglesia y del sacerdote, a quien insultan y ofenden con canciones indecentes y groseras, permitidas y autorizadas por algunos padres, agresiones y ofensas que ni han faltado a las más altas jerarquías de la Iglesia, a los cuales se les ha tratado peor que a los indeseables, esa generación será peor que las hienas de la selva, cuyos rugidos harán temblar al mundo y cuyos zarpazos teñirán de sangre y devorarán después a sus propios domadores.
FRANCISCO RAMÍREZ
Olías del Rey
Cuando el arzobispo Isidro Gomá hizo su entrada en la Archidiócesis lo hará por el pueblo de Olías del Rey. “El Castellano” titulaba el 3 de julio de 1933: “Los católicos toledanos tributaron ayer al doctor Gomá una acogida fervorosa y entusiástica”. En la extensa crónica se afirma: “Al frente del vecindario católico de Olías figuraba su párroco don Francisco Ramírez, que ofreció sus homenajes a los prelados”.
Años después, fechada en enero de 1936, se conserva una carta dirigida por don Francisco al Arzobispado. En ella pedía su salida de la parroquia después de tantos años sirviendo en ella, debido “al natural desgaste que un párroco sufre, con la continua y no interrumpida labor ministerial”. Sin embargo, la solicitud de la capellanía en Toledo que hacía, le fue denegada, al estar ya provista, y por ser voluntad del cardenal que permaneciera en la parroquia ejercitando su celo con los feligreses (Miguel Ángel Dionisio, “El clero toledano en la primavera trágica de 1936”, págs. 40-41. Toledo 2014).
Pese a ello, todavía podemos ofrecer un último botón de muestra del abnegado siervo de Dios, cuya preocupación fue siempre todo lo referido al cuidado de las almas. Y así, en “El Siglo Futuro”, del 11 de febrero de 1936, puede leerse “nos escribe el digno y celoso párroco de Olías (Toledo), don Francisco Ramírez, manifestándonos la urgente necesidad que hay en su feligresía de abrir una escuela parroquial para contrarrestar la funesta influencia de las cuatro escuelas laicas, abiertas ya en el pueblo. Como la Parroquia es pobre y carece de medios para comprar material y otros gastos imprescindibles, nos apresuramos gustosamente a rogar con todo encarecimiento a nuestros lectores y amigos y lectores envíen con este fin cuantos donativos puedan a dicho señor párroco, bien persuadidos de que con ello hacen, como es verdad, una insignísima obra de caridad, religión y españolismo, que Dios pagará con creces”. El 27 de febrero, en el mismo periódico, aparece una nota de agradecimiento y constancia del siervo de Dios dando las gracias por los donativos recibidos.
Ya narramos en la primera entrega como el benemérito párroco fue asesinado dentro del Ayuntamiento de Olías, a las 11 de la noche del 24 de julio de 1936. Afirma Rivera Recio que “sometido desde el primer momento a una estrecha vigilancia, no logró ausentarse del pueblo, aunque alguna vez lo intentó”. En la foto, el sacrílego estado en que quedó la Inmaculada de la parroquia.