El Arcipreste mártir de Talavera

Cuando Dios concede a un cristiano el don supremo del martirio, la sangre limpia su vida entera de toda mancha: el martirio, también acto supremo de amor del cristiano a Dios, une inmediatamente el alma del mártir con el Mártir del Calvario. Pero el beato Saturnino, además del martirio, tuvo una vida ejemplar.
El 21 de Julio de 1936, recién iniciada la persecución religiosa, comenzaba la pasión del arcipreste de Talavera de la Reina: con fusiles y escopetas se presentaron los milicianos en su casa y él se entregó. ¡Ay, hermano mío! Se lo llevan como a Jesucristo, dijo su hermana al despedirlo. De su casa a la Prevención, de la Prevención a la cárcel del partido, de la cárcel a la Fundación Santander, de la Fundación al Calvario: camino de Calera, a 12 km. De Talavera. Allí lo martirizaron, después de una pasión llena de ultrajes y sufrimientos. Antes de expirar, dijo: Os perdono de todo corazón. Muero por amor a Jesucristo. Viva Cristo Rey.
Comenzaba para el beato Saturnino su nueva Vida. Terminaba su vida en este mundo, con su paciente silencio ante las calumnias y murmuraciones, su fe y confianza en Dios, intensa devoción a la eucaristía, abnegación y austeridad, nobleza y gravedad sacerdotales… como escribe en el Prólogo, sobre este gran SACERDOTE.
Un martirio de una vida evangélica, que don Pedro Arganda ha logrado plasmar en esta obra, que ofrece también algunos escritos del santo arcipreste de Talavera.