Después de medio siglo de estudios, investigaciones y promoción de causas de canonización de los mártires católicos de la persecución religiosa en el trienio bélico 1936-1939 (y en su prólogo de 1934 en Asturias), la España de la democracia contemplaba, por fin, la beatificación de los primeros mártires oficialmente reconocidos por la Iglesia. Juan Pablo II, que tanto sabía de persecución religiosa y de martirios, iniciaba una serie de beatificaciones -luego canonizaciones- que jalinarían su largo pontificaco, y marcarían un camino a seguir por su sucesor, Benedicto XVI. Cuando en la España del siglo XXI se habla de “memoria histórica”, desde perspectivas políticas de partido, se busca la reivindicación y las culpabilidades, despertar el rencor y la división. No es ése el camino de la Iglesia, no el ejemplo de nuestros mártires, que, como el Mártir Jesucristo, murieron perdonando a los que les quitaban la vida. Como decía Juan Pablo II en las homilías de las beatificaciones de los mártires españoles, el martirio cristiano es semilla de reconciliación, nunca de odios ni rencores.
